De la música al poder: los oficios musicales como estrategia de ascenso político en el monasterio de Santa Catalina de Sena (Córdoba, siglo XVIII)

 

Marisa Restiffo

 

Revista Argentina de Musicología 19 (2018), 143-173.

ISSN 1666-1060 (impresa) – ISSN 2618-3072 (en línea)

De la música al poder: los oficios musicales como estrategia de ascenso político en el monasterio de Santa Catalina de Sena (Córdoba, siglo XVIII)

Un arduo trabajo de recuperación de las identidades de las religiosas catalinas de Córdoba entre 1613 y 1800 nos ha permitido rastrear las relaciones de parentesco entre el grupo dominante en el interior del convento como así también los lazos familiares que unían a estas monjas y al monasterio con aquellos que detentaban el poder público de la ciudad. Detectamos así un selecto círculo que tenía en sus manos la conducción de la institución: la madre priora y las madres de consejo. Ellas monopolizaban el gobierno de lo espiritual y lo material. Integrar el grupo que regía los destinos del monasterio comenzaba por el ejercicio de distintos oficios, cuya importancia respondía a un orden de jerarquías.

Postulamos en el presente trabajo que los oficios de cantora y subcantora constituían un escalón al que podía acceder una monja para comenzar su ascenso en la escala del poder en el gobierno del monasterio. Comprobamos así que las funciones musicales constituían un importante eslabón en las relaciones de poder que prolongaban en el interior del convento las mismas relaciones que reinaban fuera de él.

Palabras clave: Córdoba del Tucumán, Santa Catalina de Sena, Monjas, Cantoras y Subcantoras

Through Music to Power: Musical Offices as a Strategy for Political Advancement in the Monastery of St. Catherine of Siena (Córdoba, 18th Century)

We have been able to identify, after laborious tracing, the webs of kinship within the higher ranks of the monastery as well as their links to those that held positions of power in the city. As a result, we detected a narrow circle of nuns that held in their hands the guidance of the institution: the prioress and the members of her council. They monopolized government, both in spiritual and in material matters. To join the group that ruled the monastery, one had to begin by the appointment to several offices, the importance of which was set in a hierarchical order.

In this paper we propose that the offices of cantora and subcantora [leader of the choir and assistant leader] constituted rungs which a nun could occupy in order to further her ascent in the ladder towards power in the convent’s government. We thus suggest that musical function constituted an important link in the power relationships that echoed within the convent the same structures that obtained without.

Keywords: Córdoba del Tucumán, Saint Catherine of Siena, Nuns, Cantoras y Subcantoras

 

Introducción

En el Monasterio de Santa Catalina de Sena de Córdoba del Tucumán, el oficio de Cantora era una forma de acceder a los espacios de poder en la clausura. Esta es la tesis del presente trabajo, que estudia una práctica musical llevada a cabo por mujeres en una ciudad colonial de la periferia del Imperio Español entre los siglos XVII y XIX, lo que equivale a decir la música en tanto práctica social, entendida como un “objeto inserto en una compleja red de relaciones y significados”.[1] Describiré la población del Monasterio como un conjunto diferenciado y jerarquizado de mujeres, con ayuda de conceptos y terminología desarrollados por Pierre Bourdieu.[2] Expondré a continuación la importancia del parentesco y los lazos familiares en el interior del convento y las redes sociales que a través de ellos se establecían con el mundo exterior y los grupos de poder de la ciudad. Desarrollaré brevemente de qué manera las mujeres ejercían el gobierno del monasterio para luego analizar la práctica musical como vía de ascenso en la jerarquía de la política interna de la institución, vista ésta como un espacio de disputa del poder al cual era necesario acceder para participar de la toma de decisiones en el mundo femenino de la clausura.

¿Por qué es de interés para la musicología este monasterio? Principalmente porque allí se conserva un códice de polifonía único en el Cono Sur de América, que es testimonio de una práctica músico-litúrgica rica y sostenida durante más de dos siglos. He publicado recientemente una edición de la música de este manuscrito[3] y estoy redactando un estudio para obtener el grado de Doctora en Artes de la Universidad Nacional de Córdoba, con el tema El Códice Polifónico del Monasterio de Santa Catalina de Sena. Vida y práctica musical en Córdoba del Tucumán (1613-1830).

Un conjunto diferenciado y jerarquizado de mujeres

El 2 de julio de 1613, Doña Leonor de Tejeda, viuda del General Don Manuel de Fonseca Contreras, se convertía en la madre Catalina de Sena. Haciendo renuncia de todos sus bienes, establecía el primer monasterio femenino de lo que hoy es el territorio argentino. La fundación estaba destinada a “. . . recoger muchas doncellas, hijas y nietas de descubridores y pobladores que, por no suceder en las encomiendas de sus padres quedan pobres y no tienen las dotes que han menester para casarse . . .”.[4]

Muy pronto, el grupo inicial, formado por la fundadora, otra viuda y unas catorce jóvenes, de las cuales la mayor parte aún no contaba con la edad suficiente para profesar, se había ampliado considerablemente. La población del convento fue creciendo y conformando un lugar “donde convivían jerarquizadamente un conjunto diferenciado de mujeres que interactuaban en el espacio cotidiano conventual”.[5] A diferencia de muchos conventos situados en ciudades con una fuerte presencia de población indígena (incluyendo una estratificación social al interior del grupo étnico),[6] Santa Catalina no tuvo ni la oportunidad ni la tentación de reclutar indias o mestizas. La población aborigen de Córdoba fue siempre escasa y situada en el ámbito rural para ser empleada como mano de obra en las estancias.[7]

El monasterio, en tanto cuerpo social, presenta características que nos permiten tratarlo como el “… fruto de una auténtica labor de institución, a la vez ritual y técnica, orientada a instituir duraderamente en cada uno de los miembros de la unidad instituida unos sentimientos adecuados para garantizar la integración, que es la condición de la existencia y de la persistencia de esta unidad”.[8]

De hecho, cuando una novicia abandona su hogar de nacimiento y hace renuncia de él, el monasterio pasa a ocupar el lugar de “devoción” que antes tenía su familia de origen. La toma de hábito y recepción de la novicia en el seno de la comunidad es el ritual por el cual la aspirante a monja abandona el nombre de su linaje familiar y lo reemplaza por su nuevo nombre religioso. Durante el tiempo de preparación, la maestra instruye a la novicia en lo que será su nuevo habitus, con el objetivo de inculcar en ella los sentimientos, los valores, las creencias, las reglas de conducta, las formas de sentir y de percibir, las maneras de pensar y de actuar de una monja catalina. El acto de mayor carga simbólica es sin duda la profesión y la toma de votos, equivalente al matrimonio en la vida laica y, por ende, un verdadero “acto inaugural de creación” en la vida conventual.

Esta labor de integración resulta tanto más imprescindible cuanto que la familia —si para existir y subsistir tiene que afirmarse como cuerpo— siempre tiende a funcionar como un campo con sus relaciones de fuerza física, económica y sobre todo simbólica (relacionadas por ejemplo con el volumen y la estructura de los capitales poseídos por los diferentes miembros) y sus luchas por la conservación o la transformación de esas relaciones de fuerza.[9]

La tendencia del monasterio-cuerpo a comportarse como monasterio-campo se verifica en el análisis: después de la segunda mitad del siglo XVII podemos identificar claramente seis grupos distintos de mujeres que habitaban el monasterio.[10] Cada uno de estos grupos, susceptibles de ser divididos en subgrupos, se diferenciaba por los deberes a que estaba obligado, las tareas que desarrollaba y el estamento social al que pertenecía, asociado además a ciertas características económicas y étnicas.

En orden jerárquico de importancia encontramos en primer lugar a las profesas, es decir, las monjas propiamente dichas. Éstas a su vez se dividían en monjas de velo negro, de coro o coristas por una parte y monjas de velo blanco o legas por otra. 

Las monjas de velo negro, máxima categoría dentro del universo conventual, debían ser blancas, hijas legítimas de legítimo matrimonio de padres conocidos, ser mayores de 15 y menores de 25 años al momento de ingresar y no padecer ninguna enfermedad. Requisito insoslayable era pagar el derecho de piso y alimentos durante el año que duraba su preparación como novicia (establecido en $75 en reales) y, al tiempo de la profesión, entregar una dote que oscilaba entre los $1500 a $2000 en plata, más los gastos de hábito, ajuar y propinas para el día de sus votos solemnes (otros $250, “en reales o cosas de la tierra”). Como única y principal ocupación, estaban consagradas al rezo y al canto de los dos principales servicios litúrgicos del rito católico: la celebración de la Misa y del Oficio Divino, es decir, de las ocho Horas Canónicas. Esto significaba dedicar prácticamente todo el día al canto y a la oración en el coro, alternando con breves momentos para algunas labores manuales o el cumplimiento de las funciones encomendadas por la priora en servicio de la comunidad, las comidas comunitarias y unos pocos ratos de silencio dedicados al descanso y a la devoción personal. Por todas estas razones, las coristas estaban dispensadas de los trabajos corporales.

Una subcategoría dentro de este estrato lo constituían las novicias. En teoría, su formación duraba un año. Sin embargo había quienes profesaban a los diez meses y quienes, por diversos motivos, en general relacionados con la imposibilidad de reunir el dinero exigido para la dote, pasaban muchos años pagando el piso hasta poder dar el paso definitivo hacia el escalón superior.[11] Durante el “año de probación”, la postulante era examinada secretamente por la Maestra de Novicias en “sus costumbres, vida, fuerzas corporales, docilidad y discreción de ánimo”. Este año de preparación, además de estar dedicado a la formación de la aspirante en el oficio del coro y la instrucción en el Ceremonial, la Regla y las Constituciones de la Orden, servía “para que vea y note si podrá llevar las cargas y trabajos de la Religión”.[12] Si bien compartían el coro y el refectorio con las profesas, habitaban en un lugar apartado en compañía de su Maestra. Una vez finalizado el tiempo de preparación, la novicia era examinada “en el Rezo, Votos esenciales de la Religión, Regla y Constituciones”.[13] Así se comprobaban tanto los conocimientos (capital cultural) que había llegado a acumular la candidata como el habitus incorporado a sus configuraciones mentales y corporales.

Las encargadas de todo lo referente al servicio de las monjas de velo negro y la atención de la vida material de la comunidad eran las hermanas legas o monjas de velo blanco. Tenían a su cargo la supervisión de una gran planta de personal, formada por hombres y mujeres dedicados a las labores domésticas y los trabajos más pesados como el mantenimiento de la huerta, el acarreo de leña, el lavado de ropa y otros menesteres de ese tipo. Según la Regla y Constituciones de las monjas dominicas, familia religiosa a la que pertenecen las catalinas, las religiosas legas no estaban obligadas a asistir al coro sino solamente a rezar un determinado número de Padre Nuestros y Ave Marías.

Las Religiosas legas, por ser recibidas para oficios corporales, y para que con el sudor de su rostro coman el pan, no están obligadas al Oficio Divino como las del Coro, sino que les basta oír Misa rezada, y en lugar de las Horas Canónicas decir las Oraciones del Padre nuestro y Ave María . . .. Asimismo quando [sic] no están ocupadas en algún oficio corporal de obediencia, puede la Prelada mandar que vayan al Coro.[14]

Las monjas de velo blanco realizaban también el año de noviciado (por el cual pagaban $30 pesos “en dinero o cosas de la tierra necesarias para el dicho convento”) y la profesión solemne de tres votos, pero su dote estaba fijada en $500. Las legas también debían ser blancas, pero en esta categoría, según lo dispuso la fundadora, podían ingresar también, en calidad de “sargentas”, hasta dos mestizas que hubieran “dado en el siglo buena edeficación”, previa aceptación de todo el convento y licencia del obispo.[15]

Una categoría asociada a la de velo blanco era la de “donadas”. Aparentemente, éstas eran mujeres libres, que podían o no pertenecer a las castas,[16] que profesaban la Tercera Orden Dominica[17] y vestían su hábito. Estaban consagradas al servicio del monasterio y, por lo que sé hasta el momento, eran recibidas de limosna, es decir, no pagaban más que con su trabajo.[18] No está claro aún, para el caso de Córdoba, cuáles eran los votos que hacían y si mantenían la clausura o podían entrar y salir del convento.[19]

El escalafón siguiente lo ocupaban las “seglares”, es decir, aquellas mujeres que vivían en el monasterio sin votos. La documentación de la época se refiere a ellas también como “recogidas”. En general, se trataba de mujeres blancas, adultas, que ingresaban al convento y compartían la celda con alguna monja de velo negro de su familia, en la mayoría de los casos. El estatuto de recogida también alcanzaba a aquellas mujeres “depositadas” por sus maridos, sus padres o las autoridades de la ciudad, en custodia de las monjas por algún trámite jurídico, como en los casos de divorcio. La mayoría de las recogidas eran mujeres solteras y viudas que, muerto el marido, decidían retirarse a vivir en el mundo femenino del convento.

Las recogidas compartían su estatus con las “niñas seglares” o “niñas educandas”. Éstas eran niñas y adolescentes de extracción blanca que ingresaban bajo la tutela de alguna monja de velo negro, por lo general una tía o una hermana mayor, y que permanecían en la clausura para su formación hasta la edad de su casamiento. Otras veces las niñas eran huérfanas, depositadas en el convento por un tutor o por el juez de menores y, en esos casos, su condición se acercaba más a la de recogidas. Muchas veces las niñas terminaban optando por la vida religiosa y quedándose en el monasterio hasta su muerte.[20]

En último lugar se ubicaban las mujeres dedicadas al servicio: las criadas y las esclavas. Las criadas eran libres y entraban a la clausura al servicio de alguna monja o de alguna seglar, o para realizar alguna labor doméstica para la comunidad del monasterio. Podían pertenecer al grupo de blancos pobres o a las castas, incluyendo a las pocas indias que aparecen en las fuentes. Las esclavas, siempre negras o mulatas, podían ser posesión particular de monjas o seglares o ser propiedad del convento. Tanto criadas como esclavas se subdividían en dos tipos: las que vivían enclaustradas junto a sus amas y las que tenían licencia del obispo para entrar y salir de la clausura. Estas últimas eran especialmente necesarias si pensamos en que, por ejemplo, eran quienes suministraban a las claustradas elementos tan indispensables como el agua, que hasta fines del siglo XVIII debía traerse de fuera del recinto monacal.

Monjas y parentela

La noción de que el ingreso a la clausura implicaba el completo alejamiento de la vida terrenal debe ser matizada y relativizada. Por aquel entonces, la joven que renunciaba al mundo para consagrarse al servicio de Dios no necesariamente moría a la vida de relación y a la familia. El que varias integrantes de un mismo linaje ingresaran juntas a un monasterio, ya fuera con la intención de realizar votos o no, era un hecho frecuente en las fundaciones monacales femeninas, tanto españolas como americanas. Los dos conventos de monjas fundados en la ciudad de Córdoba en el siglo XVII responden a esa tradición: al monasterio San José de Carmelitas Descalzas ingresaron las dos hijas del fundador, Juan de Tejeda Mirabal, y una vez muerto éste, entraron a la clausura su viuda y su suegra. Y todas dieron sus primeros pasos en la vida consagrada bajo la guía de la hermana de Don Juan, que había transitado ese camino quince años antes. El grupo fundador de Santa Catalina estaba formado por Doña Leonor de Tejeda viuda de Fonseca, su hermana Clara de Tejeda, la hija natural de su marido, a quien había criado, Teresa de Fonseca, una joven llamada Gertrudis, que luego profesaría con el nombre de Gertrudis de Jesús, que también se había criado en su casa[21] y Ana de Tejeda,[22] cuyo parentesco con la fundadora no he podido esclarecer hasta el momento. Se hallaban además, Gerónima Abreu de Albornoz, viuda de Bustamante,[23] y su nieta Gerónima de Bustamante;[24] las hermanas Mariana y Ana Bautista Mejía[25] y la tía de las dos jóvenes, Doña Catalina Mejía Mujica.[26]

Podríamos considerar esta práctica como una manifestación más de la importancia que tenían en la época que nos ocupa las relaciones familiares, las alianzas creadas a través del parentesco y la denominada “familia extendida”. La pertenencia a un linaje era una especie de signo que indicaba el capital social, el capital económico y el capital simbólico con que contaba cada una de las mujeres al ingresar al monasterio. Llama la atención entonces que, siendo de tanta relevancia el conservar y establecer lazos de familia, las doncellas cambiaran sus nombres al profesar, abandonando la marca más evidente de su linaje, al punto de que el monasterio no conserva ningún registro de sus identidades seculares. En la Historia del Monasterio Senense de la Ciudad de Córdoba en la Provincia del Tucumán, manuscrito propiedad del Monasterio, atribuible a algún escritor jesuita que recoge la memoria del convento desde sus inicios hasta 1766, encontramos la explicación a este comportamiento, que a los ojos de hoy parece paradojal:

. . . quando [sic] entran en el monasterio dexan [sic] el nombre y apellido del siglo y de sus maiores [sic] que es como si hicieran expressa [sic] renuncia de ellos y de todos los honores y riquezas a que tenían legítimo derecho por hijas y herederas de los maiores [sic] más nobles y ricos pobladores de estas ciudades y toman otros nombres más dulces, más suaves y más a propósito para excersitar [sic] la piedad y devoción. Por lo común los apellidos del siglo, especialmente en Indias, excitan la memoria de los primeros conquistadores y de sus tiranías, crueldades, injusticias, alevosías, rebeliones y semejantes vicios y no era justo que las escogidas para esposas del divino Cordero . . . retuvieran aquellos sobrenombres que son no pocas veces abominables a los ojos de Dios y recuerdan vicios tan feos. . . . y por eso se deben sepultar en perpetuo olvido . . .. Esta mudanza de nombres produce saludables efectos, ayuda para olvidar los parientes porque las religiosas no deben reconocer otros sobre la tierra que las hermanas de hábito y profesión y por eso se llaman “sorores” que quiere decir “hermanas”, . . . [c]ausa entre todas cierto género de igualdad para que unas no se prefieran a las otras, lo que casi no es compatible con los apellidos del siglo. Porque unos son de maior [sic] nobleza que otros, y si los unos tienen afinidad con personas beneméritas de las ciudades, otros escitan [sic] la memoria de vecinos inútiles a las repúblicas, o causadores de motines. . . . Sirve fuera de esso [sic] de desengaño y para que todas se persuadan que las unas no serán más atendidas por hijas de nobles padres y olvidadas las otras que no alcanzan tantos grados de nobleza pues en la Religión todo el aprecio y honores se reservan para el mérito de la virtud y observancia y no se atienden proezas de mayores y nobleza de ascendientes . . ..[27]

-          Dejar el apellido es signo de renuncia a los honores y riquezas del mundo.

-          Los apellidos de los primeros conquistadores, recuerdan muchas veces acciones “abominables a los ojos de Dios” y es mejor cambiarlos por otros “más a propósito para ejercitar la piedad y devoción”.

-          El cambio de nombre “produce saludables efectos”: ayuda a olvidar los parientes, promueve la igualdad, la cohesión y el amor a la nueva familia que son las hermanas en religión.

Si analizamos las palabras del historiador del siglo XVIII a la luz de algunos datos de la vida en el monasterio encontrados en el estudio de otras fuentes, la paradoja se hace aún más evidente y los conceptos y explicaciones del autor de la Historia deben convivir, como ideales, con prácticas socio-políticas opuestas a ellos: las distinciones sociales del mundo secular penetraban profundamente en el interior de la sociedad conventual. Una mirada a los apellidos de aquellas que tomaron los hábitos desde la fundación hasta fines del período colonial y el seguimiento de su ascenso a los puestos más importantes del monasterio bastan para poner en duda el cumplimiento del propósito que tenía el cambio de identidad.

Hasta el día de la fecha, con poquísimas excepciones, se ignoraban los nombres de las mujeres que habitaron el Monasterio de Santa Catalina de Sena, con la consiguiente imposibilidad de estudiar las redes sociales que la élite cordobesa tendía alrededor del convento. Escrutando testamentos y escrituras de los protocolos notariales, genealogías, libros de toma de hábito y profesiones, actas de exploración de la voluntad y toda clase de papeles relacionados con el monasterio, he logrado conocer la identidad de 260 monjas de un total de 328. Esta lenta tarea de reconstrucción ha sido indispensable para la realización del trabajo que presento aquí. Al día de la fecha llevo averiguado aproximadamente el ochenta por ciento de los nombres de las profesas y de sus padres y aún tengo elementos para tratar de identificar a las 68 religiosas que me faltan, es decir, el veinte por ciento del total de monjas que ingresaron al convento entre 1613 y 1830. Porque, a pesar de la expresa intención de “morir al siglo”, las religiosas fueron dejando huellas de su contacto con el mundo secular y generando documentación que hoy nos permite dimensionar el grado de intercambios que tenían con el exterior.

Nuestro primer monasterio femenino, situado en el corazón de la traza urbana, no era en aquel entonces el recinto cerrado y casi invisible que observa el transeúnte. Un abigarrado conjunto edilicio albergaba una verdadera “aldea femenina” de varios cientos de habitantes permanentes[28] y otros tantos transitorios. En sus locutorios, en sus patios, y quizá en algunas celdas de cuatro o cinco ambientes, a sus puertas y en su iglesia, junto a la reja del coro, ocurrían importantes acontecimientos y se tomaban decisiones que implicaban a las de adentro y a los de afuera. La idea que hoy tenemos de lo que es un monasterio no tiene nada que ver con lo que el monasterio era durante el período colonial, especialmente por la “economía social” que se movía a través de sus gruesos pero no por eso impenetrables muros. Esa “economía social” consistía en un sistema de interdependencia entre las profesas y sus familias, que se sustentaba en la pertenencia a un linaje y en las fidelidades a que estaban obligados sus miembros, además de la identificación colectiva como integrantes de un mismo estamento y el respeto a las reglas tácitas de su clase.

Una manera de sostener esos vínculos era la costumbre de que una o más parientas se unieran a alguna monja y entraran con ella a compartir la clausura de su celda, uso que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII, no obstante los esfuerzos realizados por los obispos en pos de reducir la cantidad de seglares que convivían con las consagradas. Testimonio de estas dos cuestiones —la voluntad del ordinario de reformar esa costumbre y la pervivencia de la misma a lo largo del tiempo— es la “Razón de las Niñas Españolas que hay en el Convento de Santa Catalina de Sena de esta Ciudad de Córdoba”, solicitada por el Obispo Dr. Dn. José Antonio Gutiérrez de Zevallos, confeccionada por la Madre Priora Ana de la Concepción, en el siglo Doña Ana Baigorrí y Tejeda, y remitida por el capellán, Dr. José de Arguello, el 15 de enero de 1735.[29] La “Razón” consiste en un listado que da cuenta de los nombres de las niñas que habitaban el monasterio y de la monja que la o las tenía a su cargo. En la Tabla 1 podemos apreciar la coincidencia entre los apellidos de la menor y su tutora. Haciendo un recuento rápido y tomando en cuenta solamente los casos en que la monja tiene el mismo apellido que la niña que tiene a su cargo, sin profundizar en posibles relaciones más lejanas, vemos que los casos de parentesco cercano representan el cuarenta y uno por ciento del total de las monjas mencionadas en la “Razón” cuyos apellidos he podido identificar.

El hecho de tener a su cargo la educación de una niña de su familia aseguraba a la monja que, a pesar de su reclusión, sus parientes seguirían preocupados de su bienestar, proporcionándole todo lo necesario para hacer agradable su vida. En las épocas de carestía y privaciones, cuando las rentas del convento disminuían al punto de que aquellas que no contaban con familiares en la ciudad pasaban hambre y toda clase de necesidades, la ayuda familiar se convertía en un apoyo indispensable, especialmente en el momento de atravesar alguna enfermedad y en la vejez. Por otra parte, el cultivo de estas relaciones beneficiaba a todo el instituto, ya que mientras más cercanos eran los familiares a quienes se prestaba a censo el dinero de las dotes de las religiosas, más seguridad se tenía que los censatarios pagarían los intereses de los corridos.


 

Tabla 1: Relación de parentesco entre niñas educandas y monjas tutoras según la “Razón de las Niñas Españolas que hay en el Convento de Santa Calina de Sena de esta Ciudad de Córdoba”, ca. 1735.

Total de monjas

20

100%

Monjas con apellido identificado

17

85%

Monjas sin apellido identificado

3

15%

Total de niñas

35

100%

Niñas con apellido mencionado

28

80%

Niñas huérfanas (sin apellido)

7

20%

Mismo apellido niña-monja

7

20% del total de niñas

35% del total de las monjas

De 17 monjas con apellido identificado

7 coinciden con el de las niñas

41% de las monjas cuyo apellido conocemos

De 28 niñas con apellido mencionado

7 coindicen con el de las monjas

25% de las niñas cuyo apellido conocemos

Situando ahora nuestra mirada desde fuera de los muros del convento, la conveniencia de contar con una representante de los intereses de la familia en el interior del monasterio salta a la vista. Por una parte, significaba contar con un lugar seguro donde formar a las mujeres de la familia, bienes de cambio para entablar nuevas y ventajosas relaciones familiares. Por otra, representaba ingresar a la “gran familia” que constituía el monasterio, lo que conllevaba la oportunidad de obtener crédito y acceder al siempre escaso circulante en caso de alguna necesidad, a través del préstamo a censo de la dote aportada por la familia.[30] La gran familia del monasterio favorecía también el conocimiento de personas confiables con las cuales asociarse para realizar negocios, es decir, en términos bourdesianos, favorecía la acumulación de capital social y de capital económico, a la vez que reforzaba las posiciones de aquellos que ocupaban los lugares de privilegio entre la clase dominante de la ciudad, lo cual redundaba en mayor capital simbólico y mayor poder político.

Pero el éxito de este sistema dependía en gran medida de la actuación de la representante familiar en el interior de la clausura y del lugar que ésta pudiera ocupar en la conducción de los destinos del monasterio, es decir, de su capacidad para jugar el juego del poder político entre los muros conventuales. Los puestos relacionados con la toma de decisiones políticas (y económicas) eran los “oficios”, por medio de los cuales se gobernaba el monasterio. Estos oficios también respondían a una jerarquía de responsabilidades, de prestigio y de poder. El puesto máximo era el priorato, al cual se podía acceder después de los doce años cumplidos de profesión, ejemplar vida religiosa como monja de coro y no menos de cuarenta años de edad.

Le seguían en importancia la Supriora (sic), mano derecha y persona de entera confianza de la Priora, y la Maestra de Novicias, formadora de las futuras profesas y transmisora del modelo de religiosa que se debía reproducir. Otro puesto clave era el de Secretaria, que implicaba, además, habilidades especiales como la lectura y la escritura. Procuradora, única monja que podía manejar dinero, y Mayordoma eran las encargadas del abastecimiento diario de la comunidad y la administración de los fondos: compra y distribución de alimentos, preparación de las comidas, provisión de leña, cuidado de la huerta, previsión de los trabajos de mantenimiento, entre otras responsabilidades. Ambas rendían cuentas a la Priora, Supriora y Depositarias, tres religiosas que custodiaban cada una de las tres llaves de la caja en la cual se guardaba el dinero de las dotes. Porteras, Torneras (el torno es una ventana giratoria por la cual entran y salen objetos del monasterio) y Celadoras, eran las encargadas de vigilar el silencio y la observancia de la regla así como de administrar el contacto con el mundo exterior. Eran cargos que requerían monjas antiguas, de probada conducta y discreción. Si alguna joven era designada en estos puestos, era sólo como compañera de las otras y para que siempre hubiera atención en las puertas y en el torno. Iguales requisitos debían cumplir las Escuchas, presentes en los locutorios y en todas las conversaciones durante las visitas.

Había oficios destinados a las más jóvenes, tales como obrera, enfermera, salera, refectolera y ropera, apropiados para ejercitarse en la humildad, en el servicio, en la caridad y en la obediencia.

Por otro lado, se contaban los oficios directamente relacionados con el culto divino, que como ya vimos, era de capital importancia en la vida de toda monja de velo negro: las Sacristanas, la Cantora y la Subcantora.[31] Estas debían ser expertas en la liturgia y en el Ceremonial y tenían a su cargo el cuidado y la conservación de todos los objetos necesarios para las celebraciones, así como el adorno del altar y de la iglesia.

Los oficios y el poder: de cantoras a prioras

Cada priora electa elegía a su vez a aquellas que la acompañarían en su gestión. Y era en ese momento que las relaciones de parentesco (capital social) influían directamente en la distribución de los puestos más importantes entre aquellas que integraban el círculo cercano a la priora. La Prelada tenía amplias facultades y contaba con un cuerpo consultivo: las “Madres de Consejo”, que eran priora, supriora, maestra de novicias “y cuatro Madres más de las más antiguas”.[32] Asuntos tales como la admisión de postulantes al hábito y de novicias a la profesión, elección de supriora, maestra de novicias, depositarias y todos los demás oficios, construcción de edificios, arriendo de inmuebles, etc., eran tratados primeramente en el Consejo por voto secreto y luego propuesto a las demás monjas en capítulo, que, nueva votación mediante, prestaban o no su conformidad.

La posibilidad de acceder a estos cargos estaba en relación directa con el sistema de parentesco y la inclusión dentro de un linaje de reconocido prestigio en la ciudad, es decir, con el capital social y el capital simbólico que aportaba el apellido. Veamos como ejemplo el caso de aquellas que llegaron al cargo máximo: las prioras. Seleccionando solamente los casos de aquellas que ocuparon el priorato más de una vez, resulta evidente que la pertenencia a la clase dominante de la ciudad era casi un requisito indispensable para entrar en esta categoría (Ver Tabla 2).[33]


 

Tabla 2: Procedencia familiar de algunas prioras del Monasterio de Santa Catalina, 1613-1830

Años

Priora

Padres / Otros parientes conocidos

1613-1619

Catalina de Sena

Tristán de Tejeda y Leonor Mejía Mirabal (encomendero, llegado a la ciudad con la hueste fundadora)

1624

Teresa de Jesús

Bernabé Mejía y Ana de Mujica (encomendero, llegado a la ciudad con la hueste fundadora)

1634

Mariana de los Ángeles

María Mejía o Alonso y Pedro Alonso [Alfonso] Foyto (encomendero, descendiente de linajes fundacionales del Tucumán; sobrina de Francisco Mejía y María Blasques Nieto, nieta de Bernabé Mejía)

1648

Francisca de Jesús

Pedro Luis de Cabrera y Catalina Villarroel (encomendero, hijo del fundador de la ciudad, D. Jerónimo Luis de Cabrera)

1671

Sabina de la Visitación

Felipe de Soria y Luisa Abreu de Albornoz (encomendero, llegado a la ciudad con la hueste fundadora, casado con hija del gobernador Abreu de Albornoz)

1674

Catalina del Sacramento

Hernando Quintana de los Llanos y Petronila de la Cerda (Nieta de Pedro Luis de Cabrera y Catalina Villaroel)

1679

Cándida del Sacramento

Hernando Quintana de los Llanos y Petronila de la Cerda (Nieta de Pedro Luis de Cabrera y Catalina Villaroel

1687

Juana de la Encarnación

José de Carranza y Cabrera y Ana de Herrera y Velasco (biznieta de Juan Ramírez de Velasco, fundador de La Rioja, y de Miguel Luis de Cabrera, hijo del fundador de Córdoba)

1710

Juana de la Natividad

Ignacio Salguero de Cabrera y Ana María de Castro y Figueroa (descendiente del linaje fundador de la ciudad)

1752

Francisca de la Concepción

Sargto. Mayor José Miguel de las Casas y Jaime y Sabina de Molina Navarrete (hija del Cap. Francisco de Molina Navarrete y Luisa Diez Gómez, de linajes fundacionales del Tucumán)

1764

María Ignacia de Jesús

Francisco Antonio de Argomoza y Catalina de Zeballos Neto y Estrada (gobernador de Santa Cruz de la Sierra)

1801

Anselma de Cristo

Mtre. de Campo Marcos de Ascasubi y Rosalía de las Casas (descendientes de linajes fundacionales del Tucumán)

1810

María Antonia de Jesús

Pedro Vicente Cornejo y María Antonia Arduz (descendientes de linajes fundacionales del Tucumán)

Estos apellidos son los mismos que encontramos como integrantes del Cabildo de la Ciudad. La mayor parte de las prioras del monasterio eran hijas o nietas de vecinos y feudatarios de la ciudad de Córdoba de destacada actuación política en la Gobernación del Tucumán.

Diferente es el caso de las cantoras.[34] Durante el siglo XVIII,[35] éste era un puesto que servía de trampolín hacia los cargos de mayor poder decisorio tanto a las niñas de las familias distinguidas locales como a las forasteras o a las cordobesas de menor alcurnia. En los dos últimos casos era verdaderamente un mecanismo de ascenso social.

Así sucedió con Gertrudis de Jesús Armaza y Arregui, natural de Buenos Aires, que luego de ser subcantora en 1734 fue dos veces priora, maestra de novicias y depositaria; integró además la comitiva de monjas fundadoras del convento de catalinas de Buenos Aires en 1745 en calidad de supriora y maestra de novicias. Otro caso interesante es el de Juana Manuela de Santo Tomás del Río, natural de Salta, que tras ocupar la cantoría durante tres períodos fue supriora en 1804, 1807 y 1813. La habilidad musical fue una carta de triunfo para las cuatro hermanas Castillo: María Brígida de Santa Lucía, Venancia del Corazón de Jesús, Juana Manuela de San Agustín y María Josefa del Tránsito. Hijas del coronel Antonio Castillo y de doña Polonia Hernández, todos naturales de Santiago del Estero, pasaron de ser cantoras o subcantoras a procuradoras, secretarias, prioras, depositarias y madres de Consejo. Es decir que estas monjas supieron poner en juego sus capitales culturales (en este caso, sus habilidades musicales) para reemplazar el capital social que necesitaban para ascender posiciones dentro del campo del poder político del monasterio y, de esa forma, ganar mejoras en la consideración social para sus respectivas familias fuera de los muros monásticos.

No está de más recordar también los casos de aquellas exceptuadas de pagar la dote por su talento musical y su destreza en el canto: Melchora de San Gabriel Ocaña (1621), María Ignacia de Cristo Miranda (1703) y, en especial, María Juana de Santa Rosa Ocampo, natural de La Rioja, a quien en 1797 le fue perdonada la dote “a cambio de servir perpetuamente en el órgano”. En este caso, el reemplazo del capital económico por el capital cultural es lo que está funcionando como moneda de cambio para su ingreso a la clase dominante del monasterio, es decir, para profesar como monjas de velo negro.

El coro, lugar de articulación entre la vida pública y la vida privada del convento,[36] se presenta como una especie de vidriera donde estas monjas podían exhibir sus talentos a pesar de la invisibilidad a que las obligaba la reja. Allí rezaban y cantaban en latín, dividiéndose en dos grupos para la lectura y la entonación de los salmos. Cantora y subcantora guiaban respectivamente cada uno de los coros, comenzando las entonaciones, resolviendo las partes solistas y tocando el órgano en los momentos permitidos. Cuando asistían a misa, los fieles que estaban del otro lado de la reja las conocían y las identificaban por sus voces. El iniciar el canto en el coro, en presencia de toda la feligresía, era una manera de ejercer su liderazgo y de vencer la invisibilidad.

En Lima y en Quito (por citar dos ciudades principales del virreinato) las proezas musicales de las monjas eran uno de los mayores atractivos de la vida social y cultural de la élite y el “orden de mérito” de las prácticas musicales de los distintos conventos constituía un permanente tema de acalorada discusión. Por otra parte, en países católicos europeos, las más talentosas niñas de los ospedali (similares a las casas de niñas expósitas americanas) aparecían como verdaderas estrellas del mundo musical, que a menudo hacían posteriormente el paso hacia la ópera y los círculos cortesanos. Nada de esto aparece en la documentación cordobesa; seguramente la estrechez y conservadurismo del medio no lo permitía. Pero el hacer oír su voz a través de las rejas del coro o del locutorio y el conducir y administrar un servicio músico-religioso de calidad eran sin duda también aquí formas de hacerse conocer e identificar por la sociedad cordobesa, formas de entrar en el cerrado mundo de las familias rectoras de la ciudad. Logrado esto, (así lo demuestran las trayectorias de las cantoras citadas) era posible ser considerada elegible para asumir puestos de responsabilidad en la dirección de los asuntos espirituales y económicos del espacio en que vivía.

Cuando en la iglesia se oía surgir una voz nueva, desconocida y agradable desde el lado invisible de la reja, asomaba también a la sociedad una nueva mujer que reclamaba su lugar.

Conclusiones

El primer monasterio de nuestro territorio, nacido en la Córdoba colonial, funcionaba como un cuerpo social destinado a integrar a sus miembros, las monjas, a través de la labor de institución, dotándolas de un habitus específico. Sin embargo, y a pesar de todas las acciones tendientes a lograr el “espíritu de familia” en el interior del monasterio, las monjas no abandonaban las lealtades y obligaciones que revestían su pertenencia a un determinado linaje. Esto generaba, al interior del convento, la homología estructural, es decir, la reproducción del ordenamiento jerárquico y estamental del espacio social, determinado históricamente y jurídicamente legitimado.

La mujer consagrada, que intervenía en el gobierno del convento, era considerada por la familia como objeto privilegiado de salvaguarda y acrecentamiento del prestigio y el honor de su linaje, favoreciendo así la acumulación de capital social, económico, simbólico y político de todo su círculo familiar. Esta creencia (illusio) movilizaba el campo del poder al interior del monasterio y servía de impulso a la dialéctica entre las relaciones objetivas y las relaciones simbólicas. El habitus y la posición en el campo se presentan entonces como elementos explicativos de las prácticas sociales.

Contar con una parienta monja aseguraba la posibilidad de que otras mujeres de la familia, sin necesidad de recluirse perpetuamente en un monasterio, tuvieran acceso a la educación y a la formación en los valores propios de su clase. Esto generaba mujeres más apetecibles y valiosas como bienes de intercambio con otros grupos familiares. Aseguraba también la reproducción de los valores sociales, de raza y de clase del grupo dominante.

La habilidad en el canto y el talento musical constituyeron herramientas de ascenso social para las mujeres y sus familias. El cargo de cantora sirvió a los recién llegados a la ciudad como estrategia para ingresar a los altos círculos de la sociedad local. A través de sus hijas monjas, los nuevos vecinos establecían relaciones sociales y comerciales entre los miembros de la gran familia que constituía el monasterio y sus allegados. El talento musical, transformado en capital cultural, se convierte en la estrategia que ponen en juego los agentes para cambiar sus posiciones en el campo. La voz femenina se revela, entonces, como un valioso instrumento de poder simbólico.

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Anexo: Monjas que han ocupado el oficio de cantoras y subcantoras según las Tablas de oficios del Monasterio, 1731-1830[37]

Referencias: Los nombres sombreados en gris son los de aquellas monjas que ocuparon los cargos de cantora o subcantora en más de una oportunidad.

Fecha y cargo

Nombre

Fecha profesión

Otros cargos

Comentarios

Septiembre 1731 – Cantora

[María] Ignacia de Cristo

30/04/1703

1731-Cantora

1734-Secretaria

María Ignacia de Miranda. Hija del Mtre. de Campo D. José García de Miranda y Da. Catalina Gómez de la Lastra.

Su padre entregó un órgano como parte de pago de la dote.

Subcantora

Francisca de la Concepción

07/07/1715

1731-Subcantora

1734-Sacristana

1740-Cantora

1746-Celadora

1749-Mtra. de novicias

1752-Priora

1758-Depositaria

1761-Priora

1764-Depositaria

1767-Portera del torno

1770-Depositaria

1776-Depositaria

Francisca de las Casas. Hija del Sargto. Mayor José Miguel de las Casas y Jaime y Sabina de Molina Navarrete.

Septiembre 1734 – Cantora

Rosa de San José

30/04/1715

1731-Sacristana

1734-Cantora y Celadora

1737-Sacristana

1740-Supriora

1743-Priora

1746-Portera del torno y Depositaria

1749-Mayordoma

1752-Portera del torno

1755-Depositaria

Rosa de Ordóñez de Velasco. Hija de Lucas Ordóñez y Vera y Jerónima de Herrera y Velasco.

-Subcantora

Gertrudis de Jesús

31/12/1702

1734-Subcantora

1737-Priora

1740-Mtra.de novicias

1752-Depositaria

1755-Priora

1758-Depositaria

1764-Depositaria

1767-Depositaria

1770-Depositaria

Gertrudis de Armaza y Arregui, natural de Buenos Aires, hija de Juan Francisco de Armaza y Ana María de Arregui.

Octubre 1737 – Cantora

[María] Rosa de la Trinidad

20/05/1698

1734-Portera

1737-Cantora

Josefa Herrera y Velasco. Hija de Alonso de Herrera y Velasco y Juana Reyna de Salguero.

Subcantora

Ana de la Trinidad

15/09/1701

1734-Celadora

1737-Subcantora

1740-Subcantora y celadora

Ana Medrano. Hija del Cap. Juan de Medrano y Da. María Teresa Martínez.

Octubre 1740 – Cantora

Francisca de la Concepción

07/07/1715

 

 

Subcantora

Ana de la Trinidad

15/09/1701

 

 

Noviembre 1743 – Cantora

Ana de San Xavier

23/10/1729

1737-Lectora

1740-Sacristana

1743-Cantora

1746-Cantora y Celadora

1749-Supriora

1752-Portera del torno

1758-Mtra. de novicias

Sin datos.

Subcantora

María Catalina de San Ignacio

23/10/1729

1731-Lectora

1734-Enfermera

1737-Lectora

1740-Sacristana

1743-Subcantora y Secretaria

1746-Secretaria

1749-Priora

1752-Portera del torno

María Catalina de Pastene y Herrera, hija de Jerónimo Pastene, natural de Chile e Isabel de Herrera y Velasco, natural de Córdoba

Noviembre 1746 – Cantora

Ana de San Xavier

23/10/1729

 

 

Subcantora

Gabriela de Sta. Clara

29/09/1735

1737-Enfermera y salera

1740-Enfermera y lectora

1743-Sacristana

1746-Subcantora

1749-Cantora Mayor

1752-Cantora

1755-Portera del torno

1758-Supriora

1764-Portera de la puerta falsa

1767-Mtra. de novicias

1770-Celadora

1773-Portera del torno

1776-Celadora

1781?-Mtra. de novicias

1783-Mtra. de novicias

Gabriela de Castañares y Velasco, hija de Martín de Castañares y Gregoria López de Velasco y Sánchez Zambrano.

[naturales de Salta?]

Noviembre 1749 – Cantora Mayor

Gabriela de Sta. Clara

29/09/1735

 

 

Los nombres de los cargos cambian después de la visita de Argandoña, registrada en el libro de elecciones.

Subcantora Menor

Ma. Ignacia de Jesús

14/10/1742

1743-Enfermera

1746-Sacristana

1749-Subcantora menor

1752-Portera de la otra puerta

1755-Cantora

1758-Secretaria

1764-Priora

1767-Portera del torno

1770-Portera del torno

1773-Priora

1783-Depositaria

1786-Priora

1789-Depositaria

1792-Depositaria

1795-Portera del torno

María Ignacia de Argamoza [o Argomoza] y Zeballos, [natural de Santa Cruz de la Sierra?], hija de Francisco Antonio de Argomoza y Catalina de Zeballos Neto y Estrada.

Noviembre 1752 – Cantora

S. Gabriela de Sta. Clara

29/09/1735

 

 

Subcantora

Francisca del Corazón de María

30/04/1746

1746-Refitolera

1749-Lectora

1752-Subcantora

1755-Celadora

1758-Celadora

1767-Portera del torno

1770-Celadora

1773-Supriora

1776-Mtra. de novicias

1781-Mtra. de novicias

1783-Portera de la puerta falsa

1786-Portera del torno

1789-Supriora

1792-Priora

1798-Portera del torno

1801-Depositaria

1804-Portera del torno y Depositaria

1807-Depositaria

Francisca de Ascasubi, hija del Mtre. de Campo D. Marcos de Ascasubi y Da. Rosalía de las Casas Ponce de León.

Noviembre 1755 – Cantora

María Ignacia de Jesús

14/10/1742

 

 

Subcantora

María Luisa del Espíritu Santo

07/07/1743

1743-Refitolera

1746-Sacristana

1749-Celadora

1755-Subcantora

1758-Cantora

1764-Celadora

1767-Supriora

1770-Cantora

1773-Portera de la puerta falsa

1776-Celadora

María Luisa de Plazaola, hija del Mre. de Campo Dn. Ignacio de Plazaola y Da. María Petronila Martínez Saens, vecinos de Salta

Noviembre 1758 – Cantora

María Luisa del Espíritu Santo

07/07/1743

 

 

Subcantora

Juana de la Trinidad

24/10/1745

1746-Enfermera

1749-Sacristana

1752-Secretaria

1755-Celadora

1758-Subcantora

1764-Celadora

1767-Portera de la puerta falsa

1770-Celadora

1776-Supriora

1783-Portera de la puerta falsa

María Josefa Ignacia Carranza y Albornoz, hermana de sor Susana del Espíritu Santo, hija de Ignacio Carranza y Herrera y Juana de Albornoz y Guevara.

Diciembre 1761 – Priorato de Francisca de la Concepción- Obispado de Argandoña. Falta la tabla de oficios para esta elección.

Diciembre 1764 – Cantora

Susana del Espíritu Santo

28/12/1747

1752-Obrera

1755-Procuradora

1758-Celadora

1764-Cantora

1767-Cantora

1770-Portera del torno

1773-Cantora

1776-Celadora

1783-Supriora

1786-Mayordoma

1792-Supriora

1795-Portera del torno

1798-Supriora

1801-Portera de la puerta falsa

1804-Mayordoma

1807-Priora

1810-Portera del torno y depositaria

1813-Depositaria

1816-Depositaria

María Susana del Carmen Carranza y Albornoz, hermana de Juana Josefa de la Trinidad, hija de Ignacio de Carranza y Herrera y Juana de Albornoz y Guevara.

Subcantora

[María] Theodora del Rosario

19/09/1748

1749-Enfermera

1755-Refitolera

1759-Sacristana

1764-Subcantora

1773- Enfermera

1776-Portera de la puerta falsa

María Teodora Carreño de Lozada, natural de La Rioja, hija de Juan Gregorio Carreño y Losada y Teodora Bazán de Cabrera.

Diciembre 1767 – Cantora

Susana del Espíritu Santo

28/12/1747

 

 

Subcantora

Bartholina de la Victoria

06/06/1751

1752-Enfermera

1755-Lectora

1758-Sacristana

1764-Obrera

1767-Subcantora

1770-Secretaria

1773-Subcantora

1776-Celadora

1783-Secretaria

1786-Cantora

Bartolina de Gigena y Bustos, hija de D. José Gigena y Da. Águeda de Burgos.

Diciembre 1770 – Cantora

Ma. Luisa del Espíritu Santo

07/07/1743

 

 

Subcantora

María del Sacramento

12/01/1749

1749-Enfermera

1755-Sacristana

1758-Celadora

1764-Celadora

1767-Obrera

1770-Subcantora

1773-Celadora

María Josefa Garay y Molina, hija de Francisco Garay y Petronila Molina.

Diciembre 1773 – Cantora

Susana del Espíritu Santo

28/12/1747

 

 

Subcantora

Bartholina de la Victoria

06/06/1751

 

 

Diciembre 1776 – Cantora

María Rosa de Jesús

15/01/1750

1752-Refitolera

1755-Enfermera

1758-Celadora

1764-Celadora

1767-Sacristana

1770-Sacristana

1776-Cantora

1789-Sacristana Mayor

1792-Mtra. de novicias

1795-Portera del torno

María Rosa Echenique y Garay, hija de José Jerónimo Santiago de Echenique y Cabrera y Bartolina Rosa de Garay y Tejeda.

Subcantora

Beatriz de San Pedro Nolasco

02/07/1751

1752-Lectora

1755-Lectora

1758-Lectora

1764-Secretaria

1767-Secretaria

1770-Lectora

1773-Portera de la puerta falsa

1776-Subcantora

1783-Cantora

1794-Mtra. de novicias

María Beatriz de las Casas y Ferreyra, hija del Cap. Don José de las Casas y Da. Bartolina Ferreyra.

Fin del libro Elecciones y Profesiones h. 1810 A – Catalinas Rollo 1

Enero 1783 –Cantora

Beatriz de San Pedro Nolasco

02/07/1751

 

 

Subcantora

[María] Anselma de Christo

17/01/1759

1764-Enfermera

1767-Obrera

1770-Sacristana

1773-Secretaria

1776-Secretaria

1783-Subcantora

1786-Subcantora

1789-Portera de la puerta falsa

1792-Secretaria

1795-Celadora

1798-Mtra. de novicias

1801-Priora

1810-Mtra. de novicias y depositaria

1813-Priora

1816-Portera del torno

1819-Depositaria

1821-Depositaria

Anselma de Ascasubi, hija del Mtre. de Campo D. Marcos de Ascasubi y Da. Rosalía de las Casas Ponce de León.

Enero 1786 – Cantora

Bartholina de la Victoria

06/06/1751

 

 

Subcantora

[María] Anselma de Christo

17/01/1759

 

 

Enero 1789 – Cantora

Juana Manuela de Santo Tomás

24/06/1771

1776-Enfermera

1783-Lectora

1786-Sacristana

1789-Cantora

1792-Cantora

1795-Sacristana Mayor

1798-Cantora

1801-Portera de la puerta falsa

1804-Supriora

1807-Supriora

1810-Celadora

1813-Supriora

Juana Manuela del Río, natural de Salta.

Su madre enviudó y profesó en el mismo monasterio en 1752 con el nombre de María Josefa de la Trinidad. Juana Manuela, y su hermana Francisca, fueron depositadas en el convento junto a su madre por el protector de menores.

Subcantora

[María] Isidora de San José

20/09/1771

1776-Compañera

1783-Enfermera

1786-Obrera

1789-Subcantora

1792-Subcantora

1795-Cantora

1798-Celadora

María Isidora de Sosa y Fernández, hija de Jerónimo Antonio de Sosa y Arias y Mariana Fernández y Gaona.

Enero 1792 – Cantora

Juana Manuela de Santo Tomás

24/06/1771

 

 

Subcantora

[María] Isidora de San José

20/09/1771

 

 

Enero 1795 – Cantora

[María] Isidora de San José

20/09/1771

 

 

Subcantora

[María] Justa [Clara] del Sacramento

11/06/1776

1776-Lectora

1783-Lectora

1786-Lectora

1789-Lectora

1795-Subcantora

1798-Portera del torno

1801-Enfermera Mayor

1804-Cantora

1807-Cantora

1810-Enfermera Mayor

1813-Celadora

1816-Supriora

1819-Supriora y Mtra. de Novicias

1821-Supriora y Mtra. de Novicias

1824-Supriora

María Justa Clara de Funes y Del Valle, hija de Juan Luis de Funes y Quiroga y María del Carmen Valle.

Abril 1798 – Cantora

Juana Manuela de Santo Tomás

24/06/1771

 

 

Subcantora

Agustina [Dominga] del Sacramento

15/04/1773

1776-Compañera

1783-Enfermera

1786-Lectora

1789-Obrera

1792-Portera de la puerta falsa

1795-Sacristana

1798-Subcantora

1801-Lectora

1804-Celadora

1807-Obrera

1810-Portera de la puerta falsa

1813-Celadora

1816-Sacristana

1819-Celadora

1821-Portera de la puerta falsa

Agustina Noriega, natural de Córdoba. Sin más datos.

Mayo 1801 – Cantora

Eulalia de San Luis Gonzaga

26/11/1766

1767-Enfermera

1770-Refectolera

1773-Refectolera

1776-Obrera

1783-Celadora

1786-Procuradora

1789-Portera de la puerta falsa

1792-Celadora

1795-Secretaria

1801-Cantora

1804-Secretaria

1807-Secretaria

1810-Supriora

1813-Mtra. de novicias

1816-Priora

1819-Portera del torno y depositaria

1821-Portera del torno y depositaria

María Eulalia de la Quintana y Cebreros, porteña, hermana de sor Estefanía Luisa de Jesús y de sor María Ignacia del Corazón de Jesús, hija de Petronila de Cebreros y Suárez de Cabrera y Bernardo de la Quintana y Esquivel, natural de Buenos Aires.

Subcantora

Brígida de Santa Lucía

08/07/1787

1789-Enfermera

1795-Enfermera

1798-Procuradora

1801-Subcantora

1804-Obrera

1807-Mayordoma

1810-Portera del torno

María Brígida del Castillo, natural de Santiago del Estero, hija del Coronel Antonio Castillo y Polonia Hernández.

Mayo 1804 – Cantora

 

[María Justa] Clara del Santísimo Sacramento

11/06/1776

 

 

Subcantora

Venancia del Corazón de Jesús

19/04/1792

1801-Sacristana

1804-Subcantora

1810-Sacristana Mayor

1813-Sacristana Mayor

1816-Cantora

1819-Secretaria

1821-Sacristana Mayor

1827-“Madre del Consejo”

1830-Fue elegida priora pero no aceptó.-Secretaria

Venancia del Castillo, natural de Santiago del Estero, hija del Coronel Antonio Castillo y Polonia Hernández.

Junio 1807 – Cantora

[María] Justa Clara del Sacramento

11/06/1776

 

 

Subcantora

Juana Manuela de San Agustín

19/04/1792

1795-Enfermera

1798-Sacristana

1801-Sacristana

1804-Enfermera

1807-Subcantora

1810-Secretaria

1813-Portera del torno

1816-Enfermera Mayor

1821-Enfermera Mayor

1827-Procuradora y “Madre del Consejo”

Juana Manuel del Castillo, natural de Santiago del Estero, hija del Coronel Antonio Castillo y Polonia Hernández.

Junio 1810 – Cantora

María Josefa del Tránsito

08/07/1787

1792-Sacristana

1795-Enfermera

1798-Sacristana

1804-Portera del torno

1807-Celadora

1810-Cantora

1813-Portera del torno

1824-Priora

1827-Obrera, “Madre del Consejo” y depositaria

1830-Priora

María Josefa del Tránsito del Castillo, natural de Santiago de Estero, hija del Coronel Antonio Castillo y Polonia Hernández.

Subcantora

 

Bartolina de las Mercedes

07/05/1795

 

Bartolina de Villafañe, natural de La Rioja. Hija de Nicolás de Villafañe y Faustina Dávila.

Junio 1813 – Cantora

[Ubalda] Walda del [Santísimo] Rosario

26/08/1793

1798-Sacristana

1801-Sacristana Mayor

1804-Sacristana Mayor

1807-Enfermera

1810-Sacristana

1813-Cantora

1816-Obrera

1819-Sacristana Mayor

1821-Priora

1824-Portera de la puerta principal y depositaria

1827-Supriora, Sacristana Mayor y “Madre del Consejo”

1830-Portera de la puerta principal y depositaria

María Ubalda Arias de Cabrera y Cáceres, hija de Juan Ignacio Arias de Cabrera y María Antonia de Cáceres Villagómez.

Subcantora

[María] Josefa del Corazón de Jesús

08/05/1761

1810-Refectolera

1813-Subcantora

1816-Lectora y ropera

1819-Lectora

1821-Lectora

1824-Lectora

1827-Cantora

1830-Lectora

María Josefa Arias, hija de Manuel de Arias Montice y Petrona Morales.

Junio 1816 – Cantora

Venancia del Corazón de Jesús

19/04/1792

 

 

Subcantora

Ma. del Rosario de los Mártires

01/04/1810

1810-Enfermera

1813-Sacristana

1816-Subcantora

1819-Subcantora

1821-Secretaria

1824-Portera de la puerta principal

1827-Mtra. de novicias y “Madre del Consejo”

1830-Cantora y Secretaria del Consejo

María del Rosario Funes Caldebilla, hija de Don Diego Funes y Da. Teresa Caldebilla.

Junio 1819 – Cantora

Bartolina de las Mecedes

07/05/1795

 

 

Subcantora

Ma. del Rosario de los Mártires

01/04/1810

 

 

Julio 1821 – Cantora

Ma. Juana de Sta. Rosa

22/10?/1799

1801-Refectolera

1804-Sacristana

1807-Sacristana

1810-Ropera

1813-Enfermera Mayor

1816-Portera del torno

1821-Cantora

 

María Juana Ocampo, natural de La Rioja, hija de Andrés de Ocampo y María de Villafañe, riojanos.

No paga dote a cambio de servir perpetuamente en el órgano.

Subcantora

Teresa de San Ignacio

08/03/1797[?]

1798-Refectolera

1810-Enfermera

1813-Enfermera

1816-Sacristana

1819-Sacristana

1821-Subcantora

1824-Obrera

1827-Mayordoma y Portera de la puerta falsa

1830-Ropera

Teresa Prado y Montier [?], hija de Don Silvestre Prado y Doña María Isabel Montier.

Julio 1824 - Cantora

Teresa Melchora de San Ignacio

11/07/1809

1824-Cantora

1830-Enfermera Mayor

María Melchora Teresa de Tagle, natural de Jujuy, hija de José Miguel de Tagle y María Teresa de B[…]

Subcantora

Francisca [Raymunda] de la Asunción

21/07/1810

1813-Sacristana

1816-Enfermera

1819-Sacristana

1821-Enfermera

1824-Subcantora

Francisca González y Calzena, natural de Paraguay, hija de José González de los Ríos, natural de España, y María Antonia Calzena Echenique, natural de Santa Fe

Julio 1827 - Cantora

[María] Josefa del Corazón de Jesús

 

 

 

Subcantora

Eusebia [Rosario Catalina] del Corazón de Jesús

13/02/1823

1824-Sacristana

1827-Subcantora y sacristana

1830-Portera de la puerta falsa

Eusebia Rosario Catalina Bedoya, natural de Córdoba, hija de Vicente Antonio Bedoya, natural de España, e Isabel Gigena, natural de Córdoba

Julio 1830 – Cantora

Ma. del Rosario de los Mártires

01/04/1810

 

 

 



[1]. Juan J. Carreras, “Música y ciudad: De la historia local a la historia cultural”, en Música y cultura urbana en la Edad Moderna, ed. Andrea Bombi, Juan J. Carreras y Miguel Ángel Marín (Valencia: Universidad de Valencia, 2005), 19. La bibliografía sobre práctica musical en conventos femeninos del ámbito iberoamericano, sin aspirar a ser exhaustiva, incluye, entre otros, Alfonso de Vicente Delgado, La música en el Monasterio de Santa Ana de Ávila (siglos XVI-XVIII): Catálogo (Madrid: Sociedad Española de Musicología, 1989); Juan Carlos Estenssoro, “Música y fiestas en los monasterios de monjas limeñas. Siglos XVII y XVIII”, Revista Musical de Venezuela 16/34 (1997): 127-135; Soterraña Aguirre Rincón, Un manuscrito para un convento. Libro de Música dedicado a Sor Luisa en 1633. Estudio y edición crítica (Valladolid: Las Edades del Hombre, 1998); Colleen Ruth Baade, “Music and Music-Making in Female Monasteries in Seventeenth-Century Castile” (tesis de doctorado, Duke University, 2001); Aurelio Tello, “La capilla musical del Convento de la Santísima Trinidad de Puebla en los siglos XVII y XVIII”, en Mujeres, negros y niños en la música y sociedad colonial iberoamericana, ed. Víctor Rondón (Santa Cruz de la Sierra: APAC, 2002), 52-61; Geoffrey Baker, Imposing Harmony. Music and Society in Colonial Cuzco (Durham y Londres: Duke University Press, 2008), 111-148; Josefina Muriel y Luis Lledías, La música en las instituciones femeninas novohispanas (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad del Claustro de Sor Juana, 2009); César Daniel Favila, “Music and Devotion in Novohispanic Convents, 1600-1800” (tesis de doctorado, University of Chicago, 2016).

[2]. Ver, entre otros, Pierre Bourdieu, Cosas dichas (Buenos Aires, Gedisa, 1988); Sociología y cultura (Ciudad de México: Grijalbo, 1990); Intelectuales, política y poder (Buenos Aires: Eudeba, 1999). Estudios de referencia sobre las poblaciones y sociedades conventuales coloniales para el caso americano son, por ejemplo, los de Luis Martín, Daughters of the Conquitadores. Women of the Viceroyalty of Peru (Albuquerque: University of Mexico Press, 1983); Kathryn Burns, Colonial Habits. Convents and the Spiritual Economy of Cuzco, Peru (Durham y Londres: Duke University Press, 1999) y Alicia Fraschina, Mujeres consagradas en el Buenos Aires colonial (Buenos Aires: Eudeba, 2010).

[3]. Marisa Restiffo, El Códice Polifónico del Monasterio de Santa Catalina de Sena de Córdoba (Córdoba, Arg.: Brujas, 2018).

[4]. Carlos Ponza, ed., Historia del Monasterio Senense de la Ciudad de Córdoba en la Provincia del Tucumán. Manuscritos de la Córdoba Colonial (Córdoba, Arg.: Nueva Andalucía, 2008), 73.

[5]. Rosalva Loreto López, Los conventos femeninos y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo XVIII (Ciudad de México: El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000). Disponible en http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/03694063122416162254480/index.htm (consulta 12/09/2018).

[6]. Esto se hace patente en la zona andina, especialmente en el caso de Cuzco, donde además de existir una gran cantidad de mujeres indias y mestizas había descendientes de la nobleza Inca. Ver Martín, Daughters of the Conquistadores, 182-183; Burns, Colonial Habits, 27-30 y Baker, Imposing Harmony, 113.

[7]. Aníbal Arcondo, Demografía retrospectiva de Córdoba, 1700-1813, Serie Material de Trabajo N° 16 (Córdoba, Arg.: Instituto de Economía y Finanzas, FCE, Universidad Nacional de Córdoba, 1976).

[8]. Pierre Bourdieu, “El espíritu de familia”, en Razones prácticas sobre la teoría de la acción, trad. Thomas Kauf (Barcelona: Anagrama, 1997), 131.

[9]. Bourdieu, “El espíritu”, 132.

[10]. En este trabajo no me referiré a los hombres (esclavos, criados, “especialistas”, etc.) que tenían acceso al edificio y en muchos casos vivían en la ranchería aledaña, propiedad del convento.

[11]. Véase como ejemplo el caso de Soror Rosa de San José Baigorrí y Tejeda, cuyo padre estuvo ausente de la ciudad por muchos años y su madre, Doña Gabriela de Tejeda y Garay, debió hipotecar su estancia además de reclamar la herencia que le había dejado su hermana, sor Teresa de la Encarnación Tejeda y Garay, para aplicarla a la dote de Rosa de San José. En la escritura de censo, Doña Gabriela expresa que la joven llevaba “cinco para seis años” sin poder profesar por falta de efectivo. Debió esperar a que falleciera su tía para poder tomar estado, siendo como era, parienta inmediata de la fundadora. Escritura de censo de Doña Gabriela de Tejeda y Garay a favor del Monasterio de Santa Catalina, 24 de abril 1715, Reg. 1, 1714-15, Inv. 106, Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (en adelante AHPC), ff. 228- 234.

[12]. Regla y Constituciones para las Religiosas Recoletas Dominicanas del Sagrado Monasterio de la Gloriosa y Esclarecida Virgen Santa Rosa de Santa María (Puebla: Oficina del Real Seminario Palafoxiano, 1789), 65-67.

[13]. Regla y Constituciones, 88.

[14]. Regla y Constituciones, 5-6.

[15]. Testamento de Doña Leonor de Tejeda, 26 de junio 1613, Protocolos, Reg. 1, 1613, Inv. 24, AHPC f. 187r.

[16]. Grupos étnico-sociales subordinados.

[17]. La Tercera Orden de Santo Domingo es la rama laical de la Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán. Según el Código de Derecho Canónico de 1983, una orden terciaria es aquella asociación “cuyos miembros, viviendo en el mundo y participando del espíritu de un instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección de ese instituto”.

[18]. Tal es el caso de las pardas Isabel de Santo Domingo, Francisca de San Ignacio y la mestiza Antonia de San Francisco, cuyos “apellidos del siglo no podemos saber por no ser conocidos sus padres”. Entre el 4 y el 6 de mayo de 1737 se llevaron a cabo los trámites para “que hagan la profesión de Na. Tercera orden que son las que visten el hábito de donadas para el servicio del convento”, según reza la solicitud de la priora. Pedido de licencia para la profesión de tres Donadas solicitado por la Priora Ana de la Concepción al Obispo A. Gutiérrez de Zevallos, Legajo 9, Monasterio de Santa Catalina, 1694-1874, tomo 1, Archivo del Arzobispado de Córdoba (en adelante AAC), s/fol.

[19]. Según leemos en Martín, Daughters of the Conquistadores, 185, en el contexto peruano, las donadas formaban un sector intermedio entre monjas y esclavos. Aunque usaban el hábito y hacían vida comunitaria no tenían estatus canónico ni jurídico de monjas, no hacían votos, no tenían obligación de permanecer en la vida conventual ni de respetar las reglas y constituciones de la orden. El autor las considera “imitadoras de monjas” (imitators of nuns).

[20]. Valga como ejemplo el caso de Doña Francisca Rosa Baigorrí y Tejeda, hija legítima del Mtre. de Campo Juan Clemente de Baigorrí y Brizuela y Doña Gabriela de Tejeda y Garay “la cual se ha criado desde sus tiernos años dentro de la clausura. . . con propensión y vocación de ser religiosa de velo negro …”. Diligencias obradas sobre la entrada de monja de velo negro de Da. Francisca Rossa de Baigorrí y Tejeda, 25 de febrero 1710, Legajo 9, Monasterio de Santa Catalina, 1694-1874, tomo 1, AAC, s/fol.

[21]. Carlos Luque Colombres, El mundo de Juan de Tejeda (Córdoba, Arg.: Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda, Olocco, 1973), 26.

[22]. Testamento de Doña Leonor de Tejeda, 26 de junio 1613, Reg. 1, 1613, Inv. 24, AHPC, ff. 182-192.

[23]. Ver Testamento de Doña Gerónima Abreu de Albornoz, 28 de junio 1613; y El Capitán Pedro Arballo de Bustamante se compromete a pagar dote y alimentos de su madre, Doña Gerónima Abreu de Albornoz, y de su hija, Doña Gerónima de Bustamante, 1 de julio 1613, Reg. 1, 1613 Inv. 24, AHPC, ff 145v-147v, y ff. 151v-152v.

[24]. El Capitán Pedro Arballo de Bustamante se compromete a pagar dote y alimentos de su madre, Doña Gerónima Abreu de Albornoz, y de su hija, Doña Gerónima de Bustamante, 1 de julio 1613, Reg. 1, 1613 Inv. 24, AHPC, ff. 151v-152v.

[25]. Don Francisco Mejía Mujica y su mujer, Doña María Blazquez Nieto, hacen donación a su sobrina, Mariana Bautista, y a la hermana de ésta, Ana de la Trinidad, para que profesen en el Monasterio, 1614, Registro 1, AHPC, f. 240v-246.

[26]. Alejandro Moyano Aliaga, Hijos y nietos de conquistadores (Córdoba, Arg.: Centro de Estudios Genealógicos de Córdoba, 1973), 50. Ver Testamento de Doña Catalina Mejía, 17 de julio 1614, Reg. 1, 1614-15 Inv. 27, AHPC, ff. 112-114v.

[27]. Ponza, Historia del Monasterio Senense, 98-99.

[28]. Guillermo Nieva Ocampo afirma que “La población monástica, incluyendo sirvientas y esclavos, habría sobrepasado las trescientas almas a finales del siglo XVII”. Ver Guillermo Nieva Ocampo, “Hortus conclusus, fons signatas: las dominicas de Córdoba del Tucumán y el recambio de las elites urbanas a mediados del siglo XVIII”, en Familia, descendencia y patrimonio en España e Hispanoamérica. Siglos XVI-XIX, coord. Nora Siegrist e Hilda Zapico (Mar del Plata: Eudem, 2010), 228. Agradezco al autor el haberme facilitado su trabajo cuando aún estaba en prensa.

[29]. Razón de las Niñas Españolas que hay en el Convento de Santa Catalina de Sena de esta Ciudad de Córdoba, [1735?], Legajo 9, Monasterio de Santa Catalina, 1694-1874, tomo 1, AAC, s/fol.

[30]. Paula Costa y Patricia García, “Estrategias matrimoniales y sucesorias de la elite de Córdoba. 1610-1640” (Trabajo Final de la Licenciatura en Historia: Universidad Nacional de Córdoba, 1996).

[31]. A pesar de la común derivación latina, “subcantora” y “sochantre” no eran cargos equivalentes. El Directorio de Oficialas de la orden, aunque tardío, indica que “La subcantora debe asistir en el coro izquierdo, saber y practicar cuanto se ha dicho de la [cantora], y hacer el oficio de esta cuando estuviere ausente. Cuando la [cantora] esté presente, sólo le incumbe entonar los Salmos . . .. Cuando ésta estuviere impedida, debe desempañar los demás cargos que le corresponden . . .. Tanto en estas cosas como en la corrección del canto condúzcase de tal manera que nunca proceda contra el parecer de la Cantora, sino que le obedezca en cuanto pertenece a su oficio”. Ver Domingo Aracena, La Regla i Constituciones de las Monjas de la Orden de Santo Domingo, traducidas de nuevo al castellano e ilustrada respectivamente con notas i comentarios; a los cuales se han adjuntado el Directorio de las Oficialas de la misma Orden i un Apéndice Importante (Santiago de Chile: Imprenta de la Opinión, 1863), 381.

[32]. Aracena, Directorio de las Oficialas, 182-183.

[33]. No se pormenorizan aquí, por razones de espacio, las fuentes documentales de cada uno de estos datos, recopilados fundamentalmente en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba y en el Archivo Arzobispal de Córdoba (testamentos, escrituras, censos, indagaciones de voluntad, entre otros). Esta información se encontrará en mi tesis, conformando un apéndice.

[34]. Para no extenderme excesivamente, aquí sólo cito algunos ejemplos significativos. Para ver el listado completo de las monjas que ocuparon los cargos de cantora y/o subcantora, ver el Anexo incluido al final de este trabajo.

[35]. Sólo he podido conseguir datos para el período comprendido entre 1731 y 1830. No existen registros de oficios para los años anteriores.

[36]. Loreto López, Los conventos femeninos y el mundo urbano.

[37]. Fuentes: Archivo del Arzobispado de Córdoba, Catalinas, Rollo 1:

a)       Libro de elecciones y profesiones A, hasta 1783.

b)       Libro de elecciones B, 1783.

El registro de las “Tablas de Oficios” en los libros de elecciones se inicia en 1731 por orden del obispo Don Juan de Sarricolea y Olea y contiene algunas lagunas (Libro de elecciones A). En 1782 el Obispo Fray José Antonio de San Alberto ordena iniciar un nuevo libro, continuación del anterior (Libro de elecciones B). He seguido la carrera de las monjas solamente entre los años que comprende mi estudio, de allí que no continúe el listado de cargos en las últimas entradas de esta tabla. La mayoría de los oficios eran asignados sólo por la priora y refrendados por el obispo. El nombramiento duraba tres años y la designación en los oficios se realizaba el mismo día de la elección de priora.