La experiencia del casete como meta-dispositivo aglutinante en los inicios del rap en Santiago de Chile (1983-1999)
Sebastián Muñoz-Tapia,
Nelson Rodríguez-Vega
Revista Argentina de Musicología, Vol. 23 Nro. 2 (2022): 148-171 ISSN 1666-1060 (impresa) –
ISSN 2618-3072 (en línea)
La
experiencia del casete como meta-dispositivo aglutinante en los inicios del rap
en Santiago de Chile (1983-1999)[1]
El artículo estudia la articulación del mundo
del hip-hop en Santiago de Chile durante las décadas de 1980 y 1990 a partir de
una lectura sobre un uso del casete que trascendió la mera escucha musical.
Mostramos la relevancia de este objeto tecnológico para el consumo de un tipo
de música extranjera que fue difícil acceso con relación a un determinado
perfil socioeconómico, junto con la posibilidad de crear beats (bases
musicales de rap), registrar y distribuir música, y hasta su uso para tocar en
vivo. Para entender esta articulación concebimos al casete como un
meta-dispositivo por su capacidad de disponer de múltiples usos y funciones.
Metodológicamente la investigación se sustentó en el análisis de diversos
documentos y entrevistas semiestructuradas a quienes hicieron rap en Santiago
durante el período establecido.
Palabras
claves: casete, rap
chileno, tecnología, práctica musical.
The experience of the casete as a binder meta-device in the beginnings of rap in Santiago of Chile (1983-1999)”
The article studies the articulation of the
world of hip-hop in Santiago of Chile during the decade of 1980 and 1990 from a
reading about a use of the casete that transcended the mere listening to music.
We show the relevance of this technological object for the consumption of a
foreign type of music that was difficult to access in relation to a certain
socioeconomic profile, together with the possibility of creating beats (rap
musical bases), registering and distributing music, and even it’s use to play live
music. To understand this articulation, we conceive the casete as a meta-device
for it’s ability to have multiple uses and functions. Methodologically, the
research was based on the analysis of various documents and semi-structured
interviews with those who made rap in Santiago during the established period.
Keywords: casete, Chilean rap, technology,
music practice.
Introducción
A mitad de los noventa
Cyrano conoció el rap en La Florida, una comuna de la zona suroriente de
Santiago de Chile. Tenía un equipo con el cual se pasaba las noches grabando
música en casete de la radio Carolina, una emisora que reproducía eurodance,
techno[2]
y una que otra vez rap. Los “mezclados” de DJ le permitieron acercase a esos
estilos y a partir de ahí comenzar su afición coleccionista.
Tras la separación de sus
padres se refugió en la música y gracias al Sertero, un chico del barrio
vestido de ancho, se acercó más al rap. Cyrano mostró a su vecino la colección
de casetes que tenía y este último le llevaba otros para intercambiar. Así,
Cyrano conoció álbumes de Public Enemy, Cypress Hill o Wu Tang Clan
que amaba escuchar en su equipo Aiwa, especialmente por esos bajos
potenciados por el surround.[3]
En el colegio
intercambiaba casetes y se acrecentó su colección. En el proceso, los casetes
con caratula fotocopiada valían dos veces lo que un casete sin ella. Entre
compañeros se los prestaban y al pasar algunos días los devolvían: era una “wea
de respeto”,[4]
señala. Venían personas de otras comunas de Santiago —Recoleta, Estación
Central, Independencia— a buscar a Cyrano para cambiar música. Él también se
movía a otros sectores de la ciudad: “todo por un casete”.
Pero además de escuchar,
se preguntaba cómo hacer su propia música. No conocía mucha gente que lo
hiciera y se decidió a experimentar. De este modo, como muchos otros, comenzó a
loopear[5]
con la doble-casetera partes de canciones de rap sin voces para repetirlas
grabando y re-grabando. También abrió su Aiwa y metió el dedo en su interior
para reducirle la velocidad a las cintas. Con ello bajaba el pitch[6]
de las canciones y armaba simples:[7] “Era como la única
forma, lo que estaba a la mano”.
Debido a sus nuevas
habilidades se ganó la fama de alguien que arreglaba casetes. Si una cinta
sonaba despacio la aceleraba, si estaba muy rápida disminuía la velocidad, si
sonaba mal mejoraba la ecualización, si estaba baja le subía el volumen. A
veces le traían algún casete para arreglar y Cyrano aprovechaba la ocasión para
hacerse una copia.
También vendía casetes
entre los que se destacaban los compilados de beats[8]
para que los raperos improvisaran o hicieran sus canciones: “en un casete venían
4 o 5 pistas…los pintaba con spray plateado, era como mi sello por así decirlo,
y lo vendía a luca quinientos [1.500 pesos] en el colegio”. Una vez incluso
escuchó uno de sus loops[9] en un recital: “me
sentí como orgulloso porque yo era un pendejo, yo era un cabro chico, y que ya
una banda estuviera rapeando con mis pistas ya significaba algo para mí”.
¿Cómo entender estas
múltiples relaciones con el casete? ¿Cómo este objeto técnico se asociaba a la
circulación, registro y producción del rap? Al hablar de la digitalización,
Nick Prior[10]
designó a los computadores como un meta-dispositivo
por su capacidad de hacer converger la escucha, la distribución, el
registro y la producción musical en una sola máquina. En ese sentido: ¿Los usos
del casete podrían llevarnos a observar un meta-dispositivo analógico? Jacques
Attali menciona la capacidad anticipatoria de la música.[11]
¿Estaríamos viendo un efecto anticipatorio de convergencia?
A partir de estos interrogantes nos acercaremos
a un particular “arte de hacer” música con lo que se tiene a mano,
siguiendo una expresión de Michel De Certeau,[12]
quien entiende todas esas tácticas y artilugios de las prácticas cotidianas. A
la vez, el casete operaría como un objeto técnico aglutinante derivado de su
capacidad conectiva[13]
entre personas y objetos. Howard Becker[14]
en “El poder de la inercia” continúa los desarrollos de su concepto de “mundos del arte”,[15]
al observar cómo los vínculos cooperativos entre personas adquieren estabilidad
al constituir lo que designa como un paquete.
Esto es, un conjunto articulado de actividades, vocabularios, formas de
valoración, artistas, audiencias y objetos.
Es así que teniendo como
materia prima el análisis de documentos y 28 entrevistas semi-estructuradas,
indagamos en las relaciones entre raperos, beatmakers[16]
y casetes. Nuestra propuesta es que justamente el casete sería uno de los
objetos clave que sirve de sedimento para ese paquete que constituye a los
mundos del rap santiaguino a fines del siglo XX. Mostraremos su relevancia para
el consumo de música extranjera, la posibilidad de crear beats,
registrar y distribuir música, hasta su uso para tocar en vivo. Pero ¿Cómo
referirnos a este objeto técnico y las experiencias vinculadas a él?
Tecnologías, hipertelia y experiencia técnica
Al hablar de tecnologías
se suele pensar en herramientas que permiten hacer cosas, artefactos que ayudan
o hacen posible lograr objetivos o fines. Respecto a la música, Antoine Hennion
y Christophe Levaux mencionan como tradicionalmente se trata a instrumentos y
tecnologías (mecánicas, electrónicas o digitales) como dispositivos
increíblemente sofisticados y elaborados, que cumplen estándares racionales y
finamente medidos.[17]
Bajo una cierta organología estudia a los instrumentos como el fruto de una
“ingeniería precisa donde las contingencias y lo 'humano' apenas parecían
actuar”.[18]
Frente a esa visión, una
parte de la etnología y la antropología llama a ampliar la mirada y no aislar
estas herramientas de los procesos de su fabricación, uso, degradación,
modificación y significación. No separarlas de los humanos u otros componentes
del medio. Hacerlas partícipes de un flujo vital en una asociación dinámica
entre distintos existentes, tal como propone Marcel Mauss[19] quien
señala que la primera herramienta utilizada por los humanos es el cuerpo. Por
su lado, André Leroi-Gourhan[20]
—experto en las llamadas sociedades primitivas— prefiere reservar el término tecno-logía para la disciplina que
estudia (logia) distintas técnicas (tecno). Desde esta línea, uno se
aproxima a una comprensión de las técnicas desde una perspectiva procesual en
la que emerge una relación entre humanos y objetos.
Por su lado, el filósofo
Gilbert Simondon[21]
observó que los objetos técnicos no se restringen a ser un medio para un fin,
tienen una dignidad que es necesario relevar. Tales objetos poseen un carácter
relacional que es concretizado en sus asociaciones, las cuales no están
necesariamente previstas y exceden una función a priori o preestablecida por el hommo faber —el humano creador—. Este rasgo es designado como hipertelia.
A partir de allí, se abre a considerar desvíos técnicos y cómo lo que quizás
estaba pensado para ser usado de una manera adquiere ribetes imprevistos. Los
objetos técnicos tienen un carácter, una coherencia, una virtualidad que es
actualizada de manera plural, pero finita: aunque
se puede hacer muchas cosas con ellos, no se puede hacer cualquier cosa.
Habilitan modos que no son reducibles a usos que le darían todo el poder al
humano y sus fines. La interrelación de los objetos técnicos y los humanos
constituyen un encuentro que debería verse en toda su complejidad.
Luego, podemos destacar a
la sociología de las mediaciones de Hennion[22]
focalizada inicialmente en la música. Esta perspectiva considera que la música
se constituye en una interrelación e interpenetración entre humanos, hechos,
artefactos, técnicas, sonidos, repertorios y discursos. Se trata a la música
como una actividad y en actividad, la cual está compuesta por una serie de
operadores activos humanos y no-humanos en situaciones que poseen su propia
singularidad. La idea de mediación da cuenta de la acción de asociación entre
entidades heterogéneas.
En fin, a través de este
tipo de enfoque holístico y procesual nos interesa observar cómo se producen
asociaciones con el casete en el rap santiaguino. Específicamente describiremos
las experiencias técnicas atentas a hipertelia y los desvíos que se
ligan al casete y a partir de allí su papel para configurar un paquete.
La habilitación tecnológica del casete y sus influencias socio-musicales
En 1963 RCA Victor lanzó
al mercado el casete compacto que posteriormente sería conocido solo como
casete. Técnicamente representaba la
evolución del magnetófono de bobina que registraba al sonido en cintas
magnéticas puestas en funcionamiento a través de impulsos eléctricos.[23]
El principal impulso a este dispositivo lo otorgó la comercialización del
primer reproductor portátil, Walkman
TPS-L2 por Sony, que admitió una inédita escucha musical móvil e
individualizada.[24]
En su tiempo el casete revolucionó el mundo de
la música al articular un acceso menos costoso e inmediato al consumo musical
en comparación al vinilo, junto con proponer inéditamente una escucha musical
activa dado su potencial para realizar grabaciones caseras.[25]
En efecto, el rol democratizador del casete resulta un tópico habitual en las
investigaciones que han abordado un uso social del dispositivo. Porque si bien
la figura del casete fue difamada por constituirse como eslabón de la piratería
musical, en definitiva facilitó que personas con menor poder adquisitivo
accedan a más sonoridades en comparación a los años de predominio exclusivo del
vinilo[26] —en
relación con los años sesenta y parte de los setenta pues ambos dispositivos
convergieron en los ochenta, y asimismo el casete convivió con el CD en los
noventa—. Esto generó un acceso a músicas poco conocidas o que no contaban con
una alta circulación en radios o televisión, y potenció también la circulación
y localización de culturas musicales fuera de su lugar de origen.
A guisa de gráfica, Francisco
Soto[27]
demostró la relevancia del casete para el despliegue del rock[28]
en Argentina pues democratizó a este género dado su menor costo y por facilitar
las grabaciones informales. Otro caso ilustrativo es lo acontecido en India.
Para Peter Manuel dicho dispositivo favoreció la conformación de escenas en
zonas alejadas de los grandes centros urbanos del país asiático, dado que
muchos músicos independientes pudieron grabar material y comercializarlo
directamente entre espacios populares y a un bajo coste.[29]
Para efectos de este
trabajo, nos convoca sobremanera la vinculación del casete con el mundo del
hip-hop. Cabe señalar que pese a que la radio de doble-casetera portátil es un
símbolo de esta cultura musical al representar una habitual performance callejera,
el rol social del casete no ha constituido un tema demasiado explorado a
diferencia de otros artefactos tecnológicos como mediadores fundamentales: el
vinilo, los videoclips y recientemente los medios digitales.[30]
Pero quienes sí se han interesado igualmente han persistido en el argumento de
democratización de la escucha. Foster y Marshall,[31] por
ejemplo, indican que el casete resultó capital en la articulación de una escena
de rap en Boston en los 80 al exponer cómo muchas bandas alcanzaron
reconocimiento a través de la difusión de cintas caseras que eran
intercambiadas en espacios de reunión del hip-hop o entre grupos de amigos.
Porque además el casete facilitó la práctica del boombox o reproducción de música en dispositivos portátiles en el
espacio público, que para el caso particular del hip-hop pasó a representar una
marca indeleble de performatividad.[32]
Otra indagación es que a
partir del tamaño reducido y mejor portabilidad del casete las personas han
generado redes más allá de un prisma musical. Laura Jordán dio cuenta de un
intercambio de casetes pirata a modo de resistencia a la dictadura militar de
Augusto Pinochet.[33]
De la misma manera, Andrea Bohlman refirió a que una “cultura del cassette” en Polonia configuró una resistencia al
régimen comunista.[34]
Y, por último, Charles Hirschkind[35]
señala al casete como elemento cohesionador de una comunidad religiosa, porque
a través de grabaciones caseras las nuevas generaciones de egipcios optaron a
instruirse en predicas y oraciones islámicas.
Con todo, las tecnologías
de manipulación del sonido han derivado de la misma manera en aspectos de creación
y producción musical como da cuenta el desarrollo de la música concreta o el
advenimiento de distintos géneros musicales en la órbita de la música
electrónica.[36]
No obstante, este potencial de los dispositivos de grabación no ha derivado en
un tema demasiado profundizado, específicamente en relación con la
investigación del casete. Procederemos a desentrañar la articulación del mundo
del hip-hop santiaguino durante los ochenta y noventa a partir de una lectura
sobre un uso del casete que trascendió el mero consumo musical. Ya sea como
fuente de socialización de un tipo de música escasamente conocida y/o
difundida, como el registro vocal y de instrumentos y el hacer beats desde una autogestión vernácula.
La articulación de una red de escucha musical informal de rap
La génesis del rap en
Chile se remonta a los ochenta. Sobre dicha etapa, en la bibliografía
especializada han rondado dos dimensiones. Por un lado, la dictadura militar
como una variable determinante en la adopción de expresiones hiphoperas ante el
supuesto que los jóvenes requerían de novedosas formas artísticas a modo de
respuesta simbólica y de resistencia al contexto. Por otro, la televisión y el
cine introdujeron distintos saberes asociados a dichas experiencias culturales
de origen norteamericano. Por nuestro lado, sostenemos que es posible la
revisión de otras tácticas que igualmente facilitaron la conformación de un
mundo musical en Santiago, como representa el intercambio de casetes regrabados
y luego la producción musical habilitada por tal objeto técnico.
Ahora bien, fue en las
postrimerías de los setenta y comienzos de los ochenta que el hip-hop comenzó a
ser conocido en territorios diferentes a su origen. Para Jeff Chang, en el
arribo a otras latitudes fue relevante el rol ejercido por la industria
cultural.[37]
Así, durante el primer lustro ochentero se asimiló el hip-hop en América
Latina, destacándose una predilección por el break dance.[38]
Justamente, dicho baile contaba con protagonismo en filmes como Wild Style, Beat Street y Breakin’
que a menudo son sindicados como facilitadores de entendimiento en el hip-hop.
El caso chileno corrobora
la importancia de la industria cultural junto con el agrado localizado hacia el
break dance;[39]
porque entre los pioneros existe consenso que 1983 marca el comienzo del
hip-hop en Chile, señalando como hito fundacional una performance de break
dance realizada en un reconocido show de televisión, Sábados Gigantes. Así, y también por medio de la visualización de
las películas referidas arriba, se conoció un particular tipo de vestimenta y/o
accesorios, a la vez que se potenciaron formas de expresión verbal, o maneras
de hacer arte como pasos de baile y confección de grafitis.[40] Asimismo,
la buena recepción del hip-hop en Chile se justificó en la necesidad de
consumir formas musicales ceñidas a una noción de globalidad y entretenimiento
ante el desgaste de una otrora música juvenil de talante sociopolítico.[41]
Pues bien, desde mediados
de dicha década el rap comenzaba a contar con una mayor exposición en los
medios estadounidenses. Dicho cambio también se vislumbró en la comunidad
santiaguina, aunque conseguir tal clase de música resultó una labor compleja.
Si bien es cierto que el
hip-hop se conoció en Chile desde espacios mainstream,
particularmente el rap no contó con una difusión holgada en radiofonía —considerando su preponderancia en los ochenta—. Por
ende, los seguidores locales se vieron en la obligación de buscar alternativas,
porque era escasa y costosa su comercialización en tiendas establecidas. Sobre
esto último, es ineluctable señalar que el perfil socioeconómico de quienes se
interesaron inicialmente por el hip-hop en Chile era en buena parte de clases
populares,[42]
dificultando la adquisición de grabaciones originales. Entonces acceder a la
escucha de rap recayó principalmente en el “casete pirata”, refrendando
el efecto democratizador de dicho dispositivo.
Entre los incipientes
espacios de hip-hop en Santiago comenzó a tener lugar un circuito de canjes de
casetes regrabados. Incluso esta forma de intercambio y escucha musical se
dilató hasta la década siguiente, pues el casete continuó representando una
excelente alternativa dada su bajo coste y factibilidad para realizar copias
caseras.
Los intercambios tenían
lugar en ámbitos como la familia, entre amigos y en las escuelas, pues muchos
se encontraban cursando estudios secundarios. Pero reviste atención un espacio
en particular por su capacidad de articular a personas de distintos sectores de
la capital en un punto central de la ciudad: el pasaje peatonal Bombero Ossa
que para varios sería la cuna del hip-hop chileno ya que se trató del primer
punto de encuentro organizado de b-girls
y b-boys,[43] raperas y
raperos.[44]
Ahí los pioneros se congregaban a practicar y realizar enfrentamientos de break
dance, compartir experiencias musicales, mostrar prototipos de grafitis
e intercambiar grabaciones caseras de rap. Sobre esta situación da cuenta el ex
miembro de Los Marginales, Jaime Miranda: “yo recuerdo que me consiguieron unos
primos de Estados Unidos. Me mandaron una vez un casete de Run DMC y
cuando llegué a Bombero Ossa todos tenían como su joyita, y nos intercambiamos
música, y así aprendíamos”.[45]
Por supuesto, muchos de
estos casetes pirata contenían música grabada desde cintas originales o
vinilos. Los testimonios refieren a una procedencia en el extranjero, y
llegadas a Chile a través de un intermediario y, en menor medida, adquiridas
por algún rapero o un grupo de raperos en tiendas de discos especializadas,
especialmente los coleccionistas. Aquí adquirieron relevancia aquellas personas
que habían vivido fuera del país, entre los que se cuentan hijos de exiliados
políticos de la dictadura militar, como quienes habían emigrado por otros
motivos. Todos ellos desempeñaron un rol capital en el florecimiento del rap
santiaguino, ya que al haber experimentado el hip-hop en países con circuitos
más afianzados y con un acceso a diversos objetos culturales oficiaron casi
como instructores de la cultura, y propiciando una suerte de actualización del
hip-hop chileno en referencia a las últimas tendencias globales.[46]
Para efectos de este trabajo, su principal aporte yace en facilitar casetes
originales para ser grabados por quienes no contaban con los medios para
comprar o encargar cintas afuera.
Yo conocí
raperos y decían, ¡yo tengo Run DMC, Public Enemy! Chao, y yo me iba para otro
lado y decía, ¿oye tu qué música tienes? ¡yo tengo Run DMC, Public Enemy y Beastie
Boys! A este lo voy a seguir, este tiene música para que me enseñe. Porque en
ese tiempo no había internet, no había nada, puros casetes.[47]
En suma, el casete pirata
proveyó una escucha inicial de rap en momentos en que el acceso a este tipo de
música resultaba difícil. Sin embargo, es admisible que esta operación no fue
exclusiva del rap, sino que también se haya presentado en otras músicas juveniles
que por aquellos años igual se estaban dando a conocer en la sociedad chilena,
refiérase al punk, reggae, o heavy metal.[48]
Entonces, puede que el intercambio de cintas caseras generara una
democratización transversal para la escucha de músicas emergentes. Pero el caso
del rap reviste una mayor complejidad ante su utilización como dispositivo para
crear bases musicales. De ahí su protagonismo para la conformación inicial del
rap en Santiago de Chile.
Luthería popular en las técnicas de producción de instrumentales
A fines de la década de
1980 y durante la de 1990, el casete no sólo habilitó una expansión del consumo
del rap en Chile, sino que también estuvo involucrado en otros aspectos de la
cadena productiva de esta música, bien sea la elaboración de beats, el registro de voces y otros
instrumentos musicales, la distribución y circulación de artistas locales. Al
menos la asociación con la creación musical puede comprenderse al considerar
patrones estéticos y usos tecnológicos característicos de este género musical
en su lugar de origen, Estados Unidos, pero adquiere rasgos específicos en
Chile donde destacamos el uso del casete.
Es sabido que en Nueva
York en el primer lustro setentero existe una práctica que marca un punto de
inflexión en el desarrollo del rap: la repetición de partes instrumentales por
parte de los DJ con sus tornamesas y mixer.[49] Los breakbeats son secciones en que se omite
la línea vocal, destacando las percusiones de la batería e instrumentos
musicales armónicos de baja frecuencia. Tales pasajes comenzarían a ser
repetidos o loopeados en vivo por los
DJ; la idea era extender esas partes mediante dos vinilos con la misma canción.
Como refiere Dani Relats,[50]
en una tornamesa sonaba la primera copia, al finalizar el break el DJ subía el volumen de la segunda copia, se silenciaba y
retrocedía la primera. Al finalizar el break
en la segunda copia, se hacía sonar lo mismo en la primera tornamesa y así se loopeaba la parte instrumental
innumerables veces.
Esa forma de creación de loops en vivo era bien valorada por las
y los bailarines. Así, especialmente los b-boys y las b-girls más
avezadas aprovechaban la instancia sonora para mostrar sus habilidades en
contextos de fiesta, celebraciones y competencias. De igual forma, esas
secciones instrumentales fueron usadas por quienes comenzaron a denominarse Master of Ceremony (MC), quienes se
preocupaban de hablar y rapear para animar al público mientras el DJ tocaba. La
práctica del emceeing fue
perfeccionándose hasta tal punto que el rap
—en tanto forma de rimar rítmicamente sobre una base instrumental— se
reconoció como un “elemento” más del hip-hop.
Por cierto, el caso
estadounidense tuvo una historia singular, donde la forma de hacer música se
asoció al uso de instrumentales de grupos de funk, disco o música electrónica
(al estilo Kraftwerk),[51]
para luego especificarse a través de instrumentos que eran novedosos en los
'80. Por ejemplo, la elaboración de beats
se ligó a la caja de ritmos Roland T-808, inicialmente despreciada por músicos
profesionales. Algo similar sucedió posteriormente con los samplers Emu
SP y las distintas versiones de la Akai MPC en la década de 1990. El uso de
tales instrumentos ampliaba las posibilidades relativas al breakbeat de
los primeros DJ que loopeaban en vivo. Estas máquinas permitían
individualizar, superponer, reordenar y cambiar el pitch[52]
de un conjunto de sonidos, pero mantenían algunos de los patrones estéticos de
los breakbeat. Tricia Rose[53]
y Joseph Schloss destacan cómo la estética del loop combina una
aproximación compositiva propia de los afroamericanos con nuevas tecnologías,
donde se da primacía a lo circular y las melodías se transforman en riffs:[54] “el final
de una frase se yuxtapone con el principio de tal forma que el oyente comienza
a anticipar el regreso del principio a media que se acerca el final”.[55]
Esto genera estabilidad para que raperos y raperas desplieguen sus rimas de
manera constante.
El hecho de estar en una
ciudad central como Nueva York, a pesar de las enormes desigualdades sociales
internas, puede haber jugado un rol clave en el acceso a equipos (tornamesas,
mezcladores, cajas de ritmos o samplers), al tiempo de permitir la
distribución y circulación del rap. Algunos hechos puntuales marcan la
situación privilegiada de esa metrópolis. En primer lugar, Chang destaca al
apagón de 1977 donde existieron saqueos masivos a casas de música, lo que ayudó
a equiparse a toda una generación de jóvenes de barrios segregados.[56]
Luego, contactos con la vida alternativa newyorkina de clase media (unir
Bronx y Manhattan, el hip-hop y la new-wave),[57] lo que
sirvió de intermediario hacia una industria cultural robusta que a su vez
distribuyó y realizó películas y programas de televisión por cable sobre
hip-hop. A su vez, esto se vincula a la proliferación de sellos discográficos
independientes que comenzaron a invertir en esta nueva música, y, paulatinamente se ligaron a sellos major[58] y,
por último, cuándo el hip-hop se popularizó
se conectó con compañías de indumentaria deportiva. Los últimos puntos, puede
que no estén directamente conectados al acceso de ciertos instrumentos, pero
ayudan a comprender redes socio-técnicas que sustentaron el desarrollo y
expansión del rap neoyorkino.
Como era de
esperarse, el rap santiaguino fue distinto en lo que respecta a la producción
musical y todo lo que lo rodea. En torno a las máquinas, fueron pocos los
grupos —como De Kiruza a fines de 1980 o La Pozze Latina a inicios de 1990— y las
personas que disponían de tornamesas, cajas de ritmos, sintetizadores o samplers.
La donación por parte del multi-instrumentista Pedro Foncea (De Kiruza) a Lalo
Meneses (Panteras Negras) del sampler
y caja de ritmos Casio RZ-1, o la ayuda que dieron Los Electrodomésticos—banda
pionera de música electrónica chilena— al grupo de rap Los Marginales para
grabar y producir música en su estudio, son casos que confirman la regla. Así,
hay variados testimonios que narran la dificultad de hacer beats y las pocas personas dedicadas a aquello, como señala Daniel
Fernández (Chino Makina): “Si había equipos nosotros nunca lo habíamos tenido
porque teníamos la necesidad de comer…en el barrio”.[59] No
obstante, incluso para personas de clases medias era difícil acceder a los
instrumentos con que se hacía rap en Estados Unidos, aun cuando algunos los
encargaban en las pocas tiendas de equipos musicales —como De Kiruza— o los
traían ellos mismos desde el extranjero –como algunos integrantes de La Pozze
Latina o CFC.
A tal dificultad de acceso
a los medios de producción, corrieron a contrapelo una serie de técnicas. Una
de las más comunes fue la de loopear con radios de doble casetera,
equipo relativamente accesible a buena parte de la sociedad chilena de aquel
entonces.[60]
La idea básica era encontrar una sección instrumental de alguna canción, darle play en una casetera y regrabarla
continuamente. Al respecto, Jaime Miranda (Lalo Marginal) compara este
procedimiento con lo que sucedía en Estados Unidos: “Ellos hacían loops
con tornamesas, acá lo hacíamos con casetes”.[61] Amador
Sánchez (Lengua Dura) se refiere irónicamente a esta forma como “una wea
prehistórica” que ni DJ Kool Herc —quien se suele considerar el inventor de los
breakbeats— había hecho”.[62]
Tal técnica es descrita de la siguiente forma por Cristián Araus (Profeta
Marginal):
Buscábamos
alguna parte instrumental de cualquier grupo, y empezaba el instrumental y
esperábamos el loop. Stop, y ahí le poníamos pausa, el rec, el play para grabar en la otra grabadora. Levantábamos la pause y sonaba el loop y teníamos que parar exactamente. Retrocedíamos el casete de
dónde sacábamos el loop y volvíamos a
grabar pegadito. Esto hacía que pudiésemos alargar una pista, pero al mismo
tiempo hacía que muchas pistas no sonaran exactamente en los tiempos.[63]
Este método, aparentemente
sencillo, requería conocer la radio casetera, ser sensible ante la presión
necesaria de la pause y el play, interiorizar el tempo y pulso,
y frenar en el momento preciso. Así lo describe Andrés Peña (Cyrano) quien
habla de esta expertise como “tener
la magia”:
Teniai’ que
tener tu técnica porque cuando tu apretai’ pausa hay una diferencia de
segundos, es como cuando le pegai’ al bombo de la batería... Esta wea era
parecido, porque teniai’ que ejecutar antes el movimiento del pause para dejarlo justo. Y lo mismo
soltarlo, no era llegar, apretar y soltar, fue harta práctica. Porque imagínate
llevai’ pegando siete loops y al octavo lo hacíai’ antes y…cagaste porque ya
quedaste corrido. Por último si quedai’ desfasado hacia atrás no importa porque
la siguiente la pegai’ dónde tiene que ir, pero si tú lo hacíai’ antes, cagabas
los ocho para atrás, entonces teniai’ que tener la magia.
En el rap estadounidense
se suele hablar de diggin' in the crates
como el desafío de buscar vinilos poco conocidos en tiendas de discos con los
mejores —y en general más raros— breaks y samples. En el caso de
rap chileno estos descubrimientos eran guardados en casetes y provenían de
diversas fuentes. Primariamente se loopeaba otros casetes de rap, buena
parte de ellos eran de grupos estadounidenses, pero también se podía grabar
desde la radio, los discos de vinilo e incluso desde los VHS. La búsqueda del loop
podía hacerse individualmente o con otros, donde estos últimos entregaban datos
a los expertos en loopear sobre posibles secciones instrumentales: “oye,
mira, en la canción tanto, en el lado no sé cuánto, hay un pedacito que sobra”.[64]
De tal forma se presentaba un reto de investigación musical. Pero había una
forma que facilitaba el trabajo: la grabación a casete de discos de vinilos o
CDs que traían alguna versión instrumental. Personas que tenían acceso a
tornamesas y vinilos o CDs con tales versiones podían cantar o grabar en esas
canciones libres de voces, lo cual ahorraba el armado artesanal de loops.[65]
Huelga destacar que cada casete podía ser grabado y re-grabado constantemente,
no obstante, esto generaba riesgo de desgaste de las cintas y con ello un mal
sonido. Es interesante que en los inicios del rap chileno lo primordial que se
buscaba no era la exclusividad o lo raro del loop —como puede ser en los
ejemplos mencionados por Schloss para Estados Unidos— sino simplemente tener
algo sobre lo que rapear, incluso de grupos de rap conocidos.
Por otro lado, existían
otras formas experimentales de creación musical en que se desarrollaban
técnicas personales. Una de ellas era efectuar una suerte de overdub[66]
con casetera. Rodrigo Cavieres (Guerrillero Oculto) tenía en su casa dos
radios que registraban sonido ambiente, lo que le permitía grabar y re-grabar
capas sonoras utilizando ambas radios. Al respecto, nos narró su forma de armar
una instrumental que comenzaba con un ritmo hecho con un escurridor de
cubiertos y un cojín de una silla, al que le sumaba el sonido de una caja de
alfileres, un silbato y palmas, para finalmente registrar su voz:
Se me ocurrió un
día en mi casa pescar esta wea…donde uno pone el cuchillo, tenedor, la
cuchara … Saqué de una silla súper
antigua … el cojín que tenía era como de
cuerina. Entonces le pegaba al cojín y sonaba como bombo, y le pegaba a esta
otra cuestión [escurridor] y sonaba como una caja. Ponía el primer casete,
grababa ambiental y empezaba a hacer un ritmo, que al principio no fueron
totalmente inventados por mí. Uno de los que me acuerdo lo copié de una canción
de AmeriKKKa's Most Wanted de Ice Cube
… grabé hasta que me cansé nomás. Saqué ese casete, con esta percusión
grabada, la puse en el equipo grande, le puse play. Puse otro casete para
grabar ambiental y mientras de fondo sonaba esa batería, se estaba grabando
otro casete nuevo … mi mamá en ese
tiempo era costurera, entonces tenía [una cajita] con puros alfileres [lo que
marcaban sonidos agudos] … pescaba un pito [silbato], soplaba, soplaba [hacía]
palmas... [al séptimo casete, tenía varios] sonidos a la vez con la pista
armada para recién yo rapear encima ….[67]
A este overdub artesanal se suman otras
técnicas en que la grabadora de casete se complementaba o se acoplaba a otros
objetos técnicos. Una primera forma es la señalada por Rodrigo Pérez (Kahin)
quien comenta que luego de loopear con doble casete, le sumaba un teclado: “tocabas
con una radio la pista y la grababas en otra radio y con conexión de cables no
más, le poníamos el teclado”.[68]
Una segunda manera, reseñada por Rodrigo Cavieres es utilizar el teclado Casio DJ-1 que incluía una grabadora de
casete. Así al darle play a los ritmos que poseía la máquina y tocar
alguna melodía, esta combinación podía grabarse directamente a casete. Luego
Rodrigo reproducía ese casete en una radio, ejecutaba otros sonidos en el
teclado y grababa la composición en una segunda radio casete: “grababa el pattern (patrón) con bajo, lo ponía en la otra radio, y después quedaba
sonando eso. Encima hacía otro teclado, y ahí podía hacer una pista con 4, 5
capas distintas..., yo sin saber absolutamente nada de música”.[69]
Un tercer procedimiento mencionado, ya a mitad de la década de 1990, era grabar
a casete samples de la radio o de vinilos y luego utilizarlos para
pasarlos a computadores con softwares como Cool Edit.
En estas rutinas vemos dos
cosas. En primer lugar, el uso del casete incluye maneras creativas de
yuxtaponer sonidos, algo que se acerca más a la producción con samplers
que a la mera extensión de breakbeats con vinilos y mixers. Por
otro lado, observamos como el casete se combinaba con otras máquinas a través
de experimentos diversos. Tal articulación de objetos estaba mediada por una
persona que desarrollaba prácticas de ensayo y error.
Quizás una de las
invenciones más llamativas es la que nos relató Andrés Peña (Cyrano) quien, a
sus 17 años y sin tener educación formal de electrónica, desarmaba los equipos
de música para intervenir en la velocidad de reproducción de los sonidos
modificando el pitch:
Lo que hice fue abrir el equipo y tu sabí’ por atrás las caseteras traen
dos rollos donde pasan los elásticos para poder hacer girar la cinta… [lo que
hacía] era meter la mano por detrás del equipo, podía reducir la velocidad de
la música metiendo mis dedos. [Luego] pasaba la grabación a otro casete […] y
después con el otro equipo, ya cuando tenía la parte ralentizada, empezaba a
hacer los loop y eso también era como
la forma que tu apretabai’ y dejabai’ el rec
pegado con la pausa y soltando.[70]
Andrés quería llegar a un
ritmo y una estética que encontraba en el rap que le gustaba, principalmente el
boom-bap de la década de los 90 de
Nueva York. De ahí su búsqueda sonora implicaba “romper los equipos, abrirlos”,
como “una forma de poder hacer algo con lo que estaba a mano”.[71]
Andrés destaca que ante la poca cantidad de beatmakers
cada cual tenía un procedimiento muy personal de hacer pistas con lo que tenía
disponible. En esa línea, no podríamos descartar otras técnicas e invenciones
además de las que pudimos recopilar en nuestra investigación. Con ello podemos
hablar de cómo estas mediaciones dan cuenta de una cierta “luthería popular”
en contraposición a la “luthería
culta”, tal como es definida
por Bernard Sève en tanto:
… prácticas de fabricación de instrumentos siempre que no formen parte
de un oficio (el oficio supone una formación y una transmisión razonada, así
como una organización económica) ni, apenas, de un aprendizaje. La luthería
popular recurre a formas imaginativas y espontáneas, pero también en gran parte
a la rutina y la repetición.[72]
Registro, distribución y los “vivos” de rap local mediados por el casete
Para completar una canción además del beat
se requieren de voces rapeadas, para lo cual era usual registrar el rap con el
micrófono que tenían los radiocasetes. A la vez, en algunos casos se grababan
las voces o incluso los scratch de
los DJ u otros instrumentos (bajos, teclados o baterías) en salas de ensayo
equipadas con mesas de sonido. En ellas se registraba en casete múltiples
pistas, como el caso de la maqueta Arma
Calibrada de Tiro de Gracia de fines de 1993. Algunos —como lo relatado por
Álvaro Neumann para JF2 o José Cornejo (Frekuente) de Frecuencia Rebelde
hablando de DJ Raff— dispusieron de porta estudios como los de la marca TASCAM
que en sus distintas versiones –—en general de 2 o 4 entradas— permitían,
además de grabar directamente a casete, ecualizar los canales.
Hay que destacar que los
métodos de registro, ya sea con un equipo casero, con una porta estudio o en
una sala de ensayo, usualmente se realizaban en una “sola toma”, “de un tirón”,
la canción completa sin frenar. Esto instaba a las y los raperos a no
equivocarse o a hacerlo lo menos posible, pues no se podía volver atrás. De
este modo, era grabar y luego elegir la versión que había quedado mejor.
Incluso al registrar voces de distintos raperos comúnmente lo hacían en la
misma toma: “nos pasábamos el micrófono”, señalaron algunos.
Luego, sea cual sea el método de producción de
beats y grabación de voces o instrumentos, los casetes fueron claves
para distribuir lo realizado, algo hecho por los mismos artistas, sellos
independientes o por cualquiera que dispusiera de una radio doble casete. Al
respecto, Oscar Manzano (M5D) relató como distribuyeron las producciones del
grupo Calambre luego de tener lista la maqueta de su primer álbum:
Nuestro … plan
fue comprar casetes vírgenes. Yo hice una secuencia con los temas del disco y
grabábamos. Compramos un equipo en el [mercado persa] Bio-Bio para grabar
casete. Entonces dejábamos grabando ahí, grabábamos diez casetes, veinte
casetes. Salíamos con los casetes a las tocatas, los regalábamos a la gente que
nosotros pensábamos que podía difundir mejor nuestra música o se lo regalábamos
a cualquiera que veíamos vestida de rapero en la calle.[73]
Calambre se asoció con
Kalimba Record para el lanzamiento de su disco Avanza, quienes distribuyeron el álbum. Por su lado, los dueños de
este sello independiente eran los responsables de la revista Kultura Hip-Hop y una tienda del mismo
nombre ubicada en Eurocentro, una galería comercial en el corazón de Santiago.
Estos emprendimientos fueron relevantes para la distribución de maquetas de
grupos de rap gracias, por un lado, a una red de contactos de puestos
(negocios) en ferias artesanales que tenía Mariela Oyarzún derivado de su
anterior trabajo de diseñadora de afiches y revistas, y, por otro, al
entusiasmo de su pareja de aquel entonces y fanático del rap Marchelo
Lopehandía. La revista incluía un casete que compilaba variadas canciones
enviadas por muchísimos grupos emergentes, objetos que fueron expandiéndose por
el territorio nacional en una suerte de “viralización
analógica”.
Por cierto, las copias
piratas de estos y otros registros eran pasadas mano a mano entre raperos.
Panteras Negras, La Pozze Latina, Tiro de Gracia, Makiza, Rezonancia, SQB,
Frecuencia Rebelde, Los Brujoz, Arte Hurbano o Trovadores Tales eran sólo
algunos de los grupos intercambiados. Así, ya sean discos grabados por sellos
independientes —como Alerce—, por multinacionales —BMG, EMI o Sony—, realizados
de forma autogestora, incluso grabaciones de recitales en vivo o presentaciones
en la radio eran copiados a mansalva por fanáticos del rap. Sobre este último
punto Julio Montenegro (Crea), señaló como algunas personas:
Dejaban las grabadoras puestas en los parlantes y de ahí ese tema se
distribuía. Era una wea que sonaba horrible pero a la gente le gustaba caleta
[mucho]… estaba grabado como en un huracán, se escuchaba mucho aire... Me
acuerdo que había un casete con Makiza, el Scooby, un tema mío y unos temas de
Resonancia. Parece que lo habían grabado en la misma tocata, y ese demo dio
vueltas por caleta [muchos] de lados.[74]
Como mencionamos más
arriba respecto a Bombero Ossa, los colegios y las plazas, los casetes eran
distribuidos en esos centros de reunión además de circular entre personas
particulares. Sobre aquello, desde mitad de la década de 1990 se destacó la
explanada de la Estación Mapocho como un nicho para la práctica de los
distintos elementos del hip-hop y el intercambio de materiales.
Por último, el casete fue
un objeto relevante para las presentaciones en vivo en recitales, ya que ahí se
reproducían las pistas instrumentales sobre las que raperos y raperas cantaban.
En ese sentido Jaime Jimmy Fernández
nos cuenta que previamente a la grabación de CD o el uso de mini-disc “tenías
un casete bien grabadito de esos de metal [cromo],[75] que
ponías play y de ahí tiraban la pista para que los MC cantaran”.[76]
Por su lado, Rodrigo Cavieres, quien tenía una banda con un conjunto de músicos
(Enigma Oculto) cuenta cómo a veces no
iba con todos los participantes (bajo, batería, teclado y DJ) a tocar sino que
reproducía las instrumentales en casete: “de repente fuimos la Mística y yo,
los dos [cantantes] nomás, con casete [a] los 29 de marzo [en] la Villa
Francia, fuimos a tocar a tomas, universidades, a todo donde había”.[77]
Darle play a un casete era más
sencillo que movilizar a un conjunto de músicos con sus respectivos
instrumentos, al tiempo que ahorraba el trabajo de pruebas de sonido y los
riesgos asociados a ellas (falta de técnicos de sonidos, cables en mal estado,
problemas de espacio, etcétera).
Reflexiones finales
Las posibilidades del
casete —especialmente de grabar y re-grabar— y su vínculo a patrones estéticos
del rap hablan de una técnica de hacer esta música en Santiago. El uso del
casete tiene elementos de la extensión de los breakbeat y del sampleo.
Parece estar a medio camino de ambas, pero no es ni uno ni lo otro. Relats
entiende cómo la producción de hip-hop tiene como pilar el uso inadecuado de las tecnologías, que en el
caso estadounidense refiere a las innovaciones que produjo en torno al uso de
tornamesas, mixers, cajas de ritmos o samplers.[78]
En la experiencia con el casete en Santiago hay puntos de contacto con la
estética del loop y las posibilidades del sampleo, pero
articulado de forma específica. De ahí, se entiende como en la hipertelia del casete se observa su
concretización en desvíos técnicos singulares.
Esto lo podemos ligar a aristas que Schloss
contrapone al analizar el hip-hop basado en samples.[79]
Este autor menciona la dificultad de observar la agencia de los creadores de
hip-hop en estudios académicos que acentúan problemáticas políticas y sociales.
Desde su visión, el b-boying y b-girling, el graffiti o el emceeing
pueden ser más fácilmente pensados en torno cuestiones como la adversidad
económica. Sin embargo, el deejaying
y el producing no lo son, pues
requieren una inversión sustancial de capital. Compartimos la crítica de
Schloss respecto a enfoques que ven al hip-hop desde la carencia acentuando
problemas políticos, sociales o económicos en desmedro de la creatividad de sus
practicantes.
No obstante, debemos
observar que nuestro análisis del uso del casete en Chile requiere combinar
cuestiones de creatividad, de adversidad y de accesibilidad. La producción
musical con el casete en el rap de Santiago, se liga a adversidades económicas
y al acceso limitado a ciertas tecnologías en Chile. Pero a la vez ayuda a
vislumbrar maneras de rebuscárselas, “artes de hacer”[80] rap con
lo que se tiene a mano. En ese sentido nuestro trabajo puede ser un aporte que,
desde una situación concreta, marca la singularidad de un modo de creatividad
popular mediada por objetos.
Entonces ponemos en valor
el papel del casete en el re-direccionamiento de la forma en que las personas
se relacionaban con la música, ampliando la interpretación de democratización y
portabilidad de la escucha. Para significar su relevancia social habría además
que considerar su papel para aglutinar mundos artísticos, sin depender
totalmente de las grandes industrias culturales al conformar redes
colaborativas, que para algunos tiene un carácter contrahegemónico,[81]
y que nosotros podríamos denominar de alternativo.
Con estas ideas, referimos
asimismo al casete como una clave de lectura a los cambios que articularon la
digitalización de la música durante los dos mil.[82] Porque en
la llamada “crisis del mp3” se tensionaron maneras de consumir, escuchar,
producir y difundir la música, y haciendo de ésta un bien más accesible en sus
diferentes dimensiones.[83]
Por su lado, se pueden enumerar algunos limitantes que posee el casete distinto
a nuevos instrumentos digitales: el desgaste al re-grabar las cintas, las
dificultades para el registro de diversos sonidos y para la edición del
material, problemas para individualizar y ecualizar sonidos. Todos elementos,
que redundaban en problemas para la calidad sonora y la capacidad de manejar
los sonidos en los experimentos con el casete, poco a poco se irán trabajando
con mayor profundidad con los computadores, softwares e internet, que a la vez
habilitarán nuevas formas de distribución.
Referencias
biblográficas
Ananías, Nayive
y Jorge Canales. “Grupitos de raros [...] vacilando al compás de una botella de
pisco”: espacios de resistencia, producción independiente y cobertura
periodística del punk chileno de los ’80”, Revista
Argentina de Musicología 17, nro. 1 (2016): 151-166.
Attali, Jacques. Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música.
Madrid: Siglo Veintiuno, 1995.
Bazarra, Lucas.
“Pequeña historia del audio digital: un recorrido por las máquinas sonoras del
siglo XX”, Bricolaje, nro. 7 (2021):
39-51.
Becker, Howard.
Los Mundos del Arte. Sociología del
trabajo artístico. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2008.
———. “El poder
de la inercia”, Apuntes de Investigación
del CECYP, nro. 15 (2009).
Biaggini Biaggini, Martin Alejandro, “Orígenes de la práctica de rap en
la República Argentina (1982-1992)”, Cuadernos
de Investigación Musical, 12.12 (2021), 102–18.
Bohlman, Andrea. “Making tapes in Poland: the compact cassette at home”, Twentieth Century Music 14, nro. 1 (2017): 119–134.
Chang, Jeff.
Generación Hip-Hop. De la guerra de pandillas y el grafiti al gangsta rap.
Buenos Aires: Caja Negra, 2015.
Contardo, Óscar
y Macarena García. La era ochentera.
Tevé, pop y under en dictadura. Santiago: Planeta, 2015.
De Certeau,
Michel. La invención de lo cotidiano. 1
Artes de hacer. México, D.F.: Universidad Iberoamericana, 2000.
Drew, Rob. “New technologies and the business of music: lessons from the 1980s home taping hearings”, Popular Music and Society 37, nro. 3 (2014): 253-272.
Duster, Benjamin. “Cassette Culture 2.0: On how the cassette prevails in the digital age”. Tesis de doctorado, School of Humanities, Languages and Social Science, Griffith University, 2021.
Foster, Pacey y Wayne Marshall. “Tales of the tape: cassette culture, community radio, and the birth of rap music in Boston”, Creative Industries Journal 8, nro. 2 (2015): 164-176.
Hennion,
Antoine. La pasión musical.
Barcelona: Paidos, 2002.
Hennion, Antoine y Christophe Levaux. “Introduction”. En Rethinking Music through Science and Technology Studies, editado por Antoine Hennion y Christophe Levaux, 1-8. New York: Routledge, 2021.
Hirschkind, Charles. “The ethics of listening: cassette-sermon audition in contemporary Egypt”, American Ethnologist 28, nro. 3 (2001): 623-649.
Jordán, Laura.
“Música y clandestinidad en dictadura: la represión, la circulación de músicas
de resistencia y el casete clandestino”. Revista
Musical Chilena 63, nro. 212 (2009): 77-102.
Leroi-Gourhan,
André. El Gesto y la Palabra.
Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela,
1971.
———. El hombre y la materia. Evolución y Técnica
I. Madrid: Taurus, 1988.
Levaux, Christophe. “The forgotten history of repetitive audio technologies”. Organised Sound 22, nro. 2 (2017): 187–194
Manuel, Peter. “The regional north indian popular music industry in 2014: From cassette culture to cyberculture”, Popular Music 33¸ nro. 3 (2014): 389–412.
Mauss, Marcel. Sociología Antropología. Madrid: Tecnos,
1971.
Mizrahi,
Mylene. A estética funk carioca: criação
e conectividade em Mr. Catra. Rio de Janeiro: 7 Letras, 2014.
Negus,
Keith. Music Genres and Corporate
Cultures. London: Routledge,
1999.
Poch, Pedro. Del Mensaje a la Acción. Construyendo el Movimiento Hip Hop en Chile (1984-2004 y más allá). Santiago: Quinto Elemento, 2011.
Prior, Nick. “Digital formations of popular music. Producers, Devices, Styles and Practices”, Réseaux 2, nro. 172 (2012): 66–90.
Relats, Dani.
“Miedo a un planeta negro: la vieja escuela del hip-hop (1973-1989)”, en Loops. Una historia de la música electrónica
en el siglo XX, ed. Javier Blánquez y Omar León (Reservoir Books, 2021).
Rodríguez,
Nelson. “El break dance en Santiago de Chile. Auge y declive de un baile
que incomoda”, en Ciudades vibrantes. Sonido y experiencia aural urbana en
América Latina, ed. Natalia Bieletto-Bueno (Santiago: Ediciones Universidad
Mayor, 2020), 105-130.
———. “El inicio del hip-hop en Chile (1984-1987): La recepción y el aprendizaje de una cultura musical extranjera en tiempos de dictadura”. Popular Music Research Today, nro. 2 (2020): 79-99.
Rose, Tricia. Black Noise. Rap Music and Black Culture in Contemporany America. Middletown: Wesleyan University Press, 1994.
Sánchez,
Maximiliano. Thrash metal: del sonido al
contenido. Santiago: RIL Editores, 2014.
Schloss,
Joseph. Making Beats. The art of
sampled-based hip-hop. Middletown:
Wesleyan University Press, 2004.
Sève, Bernard. El instrumento
musical. Un estudio filosófico. Barcelona: Acantilado, 2018).
Simondon,
Gilbert. El modo de existencia de los
objetos técnicos. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2007.
Soto, Francisco. “Prácticas y significados sociales del uso del casete:
Democratización musical en Argentina durante la década del '80”. X Jornadas de
Sociología de la UNLP, Ensenada, Argentina, 2018. En Actas. Ensenada: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación. Departamento de Sociología. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.11761/ev.11761.pdf Último acceso: 01/09/2022.
[1] Artículo enmarcado en los proyectos: (a) Fondo de la Música / Investigación y Registro de la Música Nacional /Investigación, Publicación y Difusión, Nº 579382 "Los recorridos del rap y las tecnologías en Santiago (1983-2000): creación musical y carreras artísticas entre lo analógico y lo digital", Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. (b) FONDECYT de Postdoctorado Nº 3220141: “Música, trabajo y digitalización. Las carreras artísticas del trap como producción de subjetividad de la juventud urbano-popular del Santiago de Chile contemporáneo”, ANID, Chile.
Una versión inicial del tema se presentó en la XXIII Conferencia de la Asociación Argentina de Musicología y XIX Jornadas Argentina de Musicología del Instituto Nacional de Musicología, con el título de “La importancia del casete en la difusión y composición en los inicios del rap en Chile (1984-1989)”.
[2] Tanto el eurodance como el techno contaron con una amplia escucha durante los años noventa en Chile, especialmente en un segmento etario adolescente-juvenil. La raíz sonora de estos géneros musicales yace en el desarrollo de instrumentaciones electrónicas para la música popular en los setenta y ochenta, y que tuvieron como punta de lanza a géneros como el postpunk y synth-pop.
[3] Técnica electrónica que enriquece las frecuencias sonoras.
[4] Las citas de la introducción son de Andrés Peña, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 4 de febrero de 2022.
[5] Repetición continúa de una frase musical de ocho compases en compás simple de cuatro cuatros a partir de la manipulación de equipos electrónicos.
[6] En español, tono.
[7] Reutilización de una frase musical perteneciente a otra obra musical.
[8] Pistas instrumentales que sirven de fondo sonoro al canto en el género musical del rap.
[9] Loop como
la frase musical repetida en la acción de loopear.
[10] Nick Prior, “Digital
formations of popular music. Producers, Devices, Styles and Practices”, Réseaux 2, nro. 172 (2012): 66–90.
[11] Jacques Attali, Ruidos. Ensayo sobre la
economía política de la música (Madrid: Siglo Veintiuno, 1995).
[12] Michel De Certeau, La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer (México, D.F.: Universidad Iberoamericana, 2000).
[13]
Mylene Mizrahi al estudiar la estética del funky carioca en su carácter
conectivo, da cuenta como la grabación de CD es clave para consolidar la
relación entre artistas y públicos al generar una constante circulación musical
que regulaba la producción. Mylene
Mizrahi, A estética funk carioca: criação
e conectividade em Mr. Catra (Rio de Janeiro: 7 Letras, 2014).
[14] Howard Becker, “El poder de la inercia”, Apuntes de Investigación del CECYP, nro. 15 (2009).
[15] Howard Becker, Los Mundos del Arte. Sociología del trabajo artístico (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2008).
[16] Personas que crean los beats o bases instrumentales.
[17] Antoine Hennion y Christophe
Levaux. “Introduction” en Rethinking Music through Science and Technology
Studies, ed. Antoine Hennion y Christophe Levaux (New York: Routledge,
2021), 1-8. Christophe Levaux y Antoine Hennion, “Introduction”, en Rethinking Music through Science and
Technology Studies (New York: Routledge, 2021).
[18] Hennion y Levaux, “Introduction”, 1.
[19] Marcel Mauss, Sociología Antropología (Madrid: Tecnos, 1971).
[20] André Leroi-Gourhan, El Gesto y la Palabra (Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1971); André Leroi-Gourhan, El hombre y la materia. Evolución y Técnica I (Madrid: Taurus, 1988).
[21] Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos (Buenos Aires:
Prometeo Libros, 2007).
[22] Antoine Hennion, La pasión musical (Barcelona: Paidos, 2002).
[23] Lucas Bazarra, “Pequeña historia del audio digital: un recorrido por las máquinas sonoras del siglo XX”, Bricolaje, nro. 7 (2021): 39-51, 42.
[24] Bazarra, “Pequeña historia del audio digital”, 42.
[25] Rob Drew, “New technologies and the
business of music: lessons from the 1980s home taping hearings”, Popular Music and Society 37, nro. 3
(2014): 253-272.
[26] Benjamin Duster, “Cassette Culture
2.0: On how the cassette prevails in the digital age” (Tesis de doctorado,
School of Humanities, Languages and Social Science, Griffith University, 2021),
11.
[27] Francisco Soto, “Prácticas y significados
sociales del uso del casete. Democratización musical en Argentina durante la
década del ‘80”, X Jornadas de Sociología
de la Universidad Nacional de la Plata (2018).
[28] Refiérase concretamente a expresiones de rock anglo.
[29] Peter Manuel, “The regional north indian popular music industry in 2014: From cassette culture to cyberculture”, Popular Music 33¸ nro. 3 (2014).
[30] Pacey Foster y Wayne Marshall,
“Tales of the tape: cassette culture, community radio, and the birth of rap
music in Boston”, Creative Industries
Journal 8, nro. 2 (2015):164-176, 167.
[31] Foster y Marshall, “Tales of the
tape”.
[32] Duster, “Cassette Culture 2.0”, 12.
[33] Laura Jordán, “Música y clandestinidad en dictadura: la represión, la circulación de músicas de resistencia y el casete clandestino”, Revista Musical Chilena, no. 63, nro. 212 (2009): 77-102.
[34] Andrea Bohlman, “Making tapes in
Poland: the compact cassette at home”, Twentieth
Century Music 14, nro. 1 (2017): 119–134.
[35] Charles
Hirschkind, “The ethics of listening: cassette-sermon audition in contemporary
Egypt”, American Ethnologist 28, nro.
3 (2001): 623-649.
[36] Christophe Levaux, “The forgotten history of repetitive audio technologies”. Organised Sound 22, nro. 2 (2017): 187–194.
[37] Jeff Chang, Generación Hip-Hop. De la guerra de pandillas y el grafiti al gangsta rap (Buenos Aires: Caja Negra, 2015).
[38] Danza urbana que suele ser indicada como manifestación artística de la cultura del hip-hop.
[39] Rodríguez, Nelson, “El break dance en Santiago de Chile. Auge y declive de un baile que incomoda”, en Ciudades vibrantes. Sonido y experiencia aural urbana en América Latina, ed. Natalia Bieletto-Bueno (Santiago: Ediciones Universidad Mayor, 2020), 105-130.
[40] Rodríguez, Nelson, “El
inicio del hip-hop en Chile (1984-1987): La recepción y el aprendizaje de una
cultura musical extranjera en tiempos de dictadura”, Popular Music Research Today, nro. 2 (2020): 79-99.
[41] Rodríguez, “El inicio del hip-hop en Chile (1984-1987)”.
[42] Pedro Poch, Del Mensaje a la Acción. Construyendo el Movimiento Hip Hop en Chile (1984-2004 y más allá) (Santiago: Quinto Elemento, 2011).
[43] Bailarines/as de breakdance.
[44] Poch, Del Mensaje a la Acción.
[45] Jaime Miranda, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 20 de octubre de 2017.
[46] Rodríguez, “El inicio del hip-hop en Chile (1984-1987)”.
[47] Amador Sánchez, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 10 de mayo de 2017.
[48] Las expresiones de estos géneros musicales que arribaron a Chile en la temporalidad estudiada poseen su origen en el mundo anglo. Tanto el punk como el heavy metal en sus diversas variantes de estilo tienen como raíz el rock estadounidense y británico de los años cincuenta y sesenta, principalmente en cuanto a la utilización de instrumentos armónicos eléctricos. Mientras que con el reggae se trata de una versión “pop” popularizada en Inglaterra en 1970, y cuyos exponentes más reconocidos son The Police.
Maximiliano Sánchez alude que el conocimiento de bandas de thrash metal extranjeras en Chile se produjo mediante el intercambio de cintas de casete regrabadas, mientras que Nayive Ananías y Jorge Canales indican que el casete resultó un dispositivo fundamental para difundir el trabajo autogestionado de algunas bandas chilenas pioneras del punk. Maximiliano Sánchez, Thrash metal: del sonido al contenido (Santiago: RIL Editores, 2014); Ananías Nayive y Jorge Canales, “Grupitos de raros [...] vacilando al compás de una botella de pisco”: espacios de resistencia, producción independiente y cobertura periodística del punk chileno de los ‘80”, Revista Argentina de Musicología 17, nro. 1 (2016): 151-166.
[49] Chang, Generación Hip-Hop.
[50] Dani Relats, “Miedo a un planeta negro: la vieja escuela del hip-hop (1973-1989)”, en Loops. Una historia de la música electrónica en el siglo XX, ed. Javier Blánquez y Omar León (Reservoir Books, 2021).
[51] Kraftwerk es una banda de música electrónica oriunda de Alemania. Se consideran pioneros de este género musical y por haber introducido sonoridades relacionadas al dance hall, house o eurodance.
[52] Esto hace referencia al cambio de la velocidad lo que a la vez genera una modificación en el tono del sample utilizado.
[53] Tricia Rose, Black Noise. Rap Music and Black Culture in Contemporany
America (Middeltown: Wesleyan University Press, 1994).
[54] Riff es una denominación utilizada principalmente en el mundo del rock y heavy metal para nombrar frases musicales que sustentan las canciones desde un punto de vista melódico.
[55] Joseph Schloss, Making Beats. The
art of sampled-based hip-hop (Middletown: Wesleyan University Press, 2004),
33, la traducción es nuestra.
[56] Chang, Generación Hip-Hop.
[57] Relats, Miedo a un planeta negro.
[58] Keith Negus, Music Genres and
Corporate Cultures (London: Routledge, 1999).
[59] Daniel Fernández, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 20 de noviembre de 2017.
[60] Martín Biaggini para el caso de Buenos Aires, también rescata testimonios sobre la producción de loops mediante casete. Martin Alejandro Biaggini Biaggini, “Orígenes de la práctica de rap en la República Argentina (1982-1992)”, Cuadernos de Investigación Musical, 12.12 (2021):102–18.
[61] Jaime Miranda, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 20 de octubre de 2017.
[62] Amador Sanchéz, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 10 de mayo 2017.
[63] Cristián Araus, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 6 de diciembre de 2021.
[64] Andrés Peña, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 4 de febrero de 2022.
[65] Nailini Galdames (La Derretida) nos señaló que utilizó canciones del género británico trip-hop, que tenía menos presencia de voces, para rapear sobre él. Se conseguía los CD y los copiaba a casete.
[66] Overdub es la sobre posición de capas de audio en los procesos de grabación, usualmente realizada en estudios.
[67] Rodrigo Cavieres, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 27 de febrero de 2022.
[68] Rodrigo Pérez, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 6 de octubre de 2021.
[69] Rodrigo Cavieres, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 27 de febrero de 2022.
[70] Andrés Peña, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 4 de febrero de 2022.
[71] Andrés Peña, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 4 de febrero de 2022.
[72] Bernard Sève, El instrumento musical. Un estudio filosófico (Barcelona: Acantilado, 2018), 60.
[73] Óscar Manzano, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 25 de enero de 2022.
[74] Julio Montenegro, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 4 de febrero de 2022.
[75] Tipo de cinta magnética con mayor fidelidad y durabilidad que las comunes.
[76] Jaime Fernández, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 29 de noviembre de 2021.
[77] Rodrigo Cavieres, entrevista con los autores, Santiago de Chile, 27 de febrero de 2022.
[78] Relats, Miedo a un planeta negro.
[79] Schloss, Making Beats.
[80] De Certeau, La invención de lo cotidiano.
[81] Soto, “Prácticas y significados sociales del uso del casete”, 16.
[82] Duster, “Cassette Culture 2.0”, 10.
[83] Jeremy Wade.
Selling digital music. Formatting culture (Berkeley: University of
California Press, 2015).