Representación y
transformación de la galleguidad a través del folk
celta en Buenos Aires. Identidad e hibridación
Adrián Besada
Revista
Argentina de Musicología, Vol. 24 Nro. 1 (2023): 124-151 –
ISSN 2618-3072 (en línea)
—
Fecha de recepción: 24/10/2022. Fecha de aceptación:
28/04/2023
1. Introducción
La emigración española en general y, en
concreto, la gallega hacia Argentina son objetos de estudio largamente tratados
desde diferentes perspectivas que provienen de disciplinas diversas. Esto se
debe a que la historiografía de uno y otro lado no puede obviar los importantes
procesos que el fenómeno migratorio ha generado y las implicaciones del mismo
en ámbitos como la política, la economía o la cultura. En el caso gallego, las
migraciones y exilios que se sucedieron durante los siglos XIX y XX a distintos
núcleos de Latinoamérica como Cuba, Uruguay o Argentina, son indispensables
para entender la evolución y el desarrollo de la construcción de la galleguidad y la modernidad en el entorno social tanto en
las sociedades de destino como en la de origen.[1]
Si bien los flujos e intensidad de las migraciones variaron a lo largo de este
tiempo por cuestiones diversas, así como la representación en torno a la galleguidad y lo gallego, es posible trazar una continuidad
narrativa que define las imágenes, estereotipos, prejuicios y formas latentes o
concretas de xenofobia forjadas en o transplantadas a
la sociedad de destino, así como la construcción de imaginarios, símbolos,
rituales y conmemoraciones por parte de los mismos migrantes en relación a la
sociedad criolla u otros grupos extranjeros.[2]
Si bien existe un corpus bibliográfico amplio
sobre este tema y otros transversales, los trabajos académicos, en general, no
profundizan en la etapa que va desde el último cuarto del siglo pasado hasta
nuestros días. Así pues, la sucesión generacional y sus implicaciones
encuentran un vacío en los discursos que en muchos casos no abarcan la realidad
de los hijos y nietos de los emigrantes nativos de las décadas de los años
treinta a los años sesenta. En el caso de la musicología esto es un problema
que afecta a la propia noción de música gallega y su alcance, ya que desde los
años ochenta se han producido cambios decisivos en la concepción,
interpretación y recepción de la misma, con transformaciones sustanciales a
diferentes niveles.
Pablo Cirio[3]
recopiló los trabajos que trataron directa o indirectamente sobre música
gallega, con algunas referencias de escritos realizados y divididos por
categorías: dentro de España, Cámara de Landa
(1998) estudió
al grupo de música y danza Axóuxere, de Valladolid; Alcoforado
y Suárez Albán (1996) estudiaron el romancero gallego vigente en Bahía
(Brasil), entrevistando mayormente a inmigrantes pontevedreses; en Uruguay y la
Argentina, Suárez Suárez (s/a) da cuenta de la
incidencia de la emigración gallega en el tango. En la Argentina, García
Morillo (1987) trata el tema en Presencia de España en la música
argentina. Del Corno (s/a) reseña la vida y
obra de seis compositores: Pérez Camino, López, Paz Hermo, Castro Piñeiro, Prieto
Marcos y Gaos Berea. Sobre el último hay otros dos artículos: Carreira (s/a) y
Andrade Malde (1977). Castro Cambeiro (1996) estudió a uno de
los más
importantes gaiteiros emigrados, Manuel Dopazo.
Núñez Seixas (2002) efectuó un estudio
histórico-social sobre la circulación y consumo de música popular en la
colectividad gallega porteña entre 1880 y 1940. A estos hay que sumar otros
trabajos realizados como los del propio Cirio (2003; 2007; 2009; 2017), así
como los de Ruy Farías (2010; 2016), el trabajo de Fin de Máster de Miguel
Acosta (2019): La música tradicional gallega como elemento constructor
de identidades: La gaita como símbolo identitario. Además del artículo de Inmaculada Real (2020)
“La evocación de la memoria y la
identidad a través de la imagen”.[4]
Si bien se han llevado a cabo estudios
sustanciales en torno a la música gallega en Argentina e incluso se ha
trabajado directamente sobre la incidencia de lo celta y su problemática en la
música gallega en Buenos Aires,[5] no
existe un análisis que adopte una perspectiva analítico-descriptiva en la que
participen activamente los actores que sustentan las diferentes narrativas que
mantienen viva esta música, los mismos que dan cuenta de los cambios de
paradigma en el repertorio, la performance, los lugares de representación,
instrumentación, simbología, recepción y la propia taxonomía de las diferentes
manifestaciones musicales que rodean a la galleguidad:
música tradicional, folklore y música celta.
Al igual que en Galicia, en Buenos Aires la
música celta comenzó a popularizarse a finales de los años setenta, aunque la
aceptación de la categoría “Celta” implicó menos controversia en la sociedad
porteña. Esto hace que los estudios de la música gallega en la ciudad austral
se encuentren con un primer problema de definición del propio concepto de
“música gallega”. Si bien hay algunas referencias a la música celta antes de
los años setenta —basadas en la idea de la identidad gallega celta murguiana del siglo XIX y su concepción de una descendencia
mítica de la cultura como forma identitaria e identificadora para desarrollar
un discurso legitimador—, lo cierto es que la noción de lo celta, aunque en
algunos casos parte de esta premisa, se basa en cuestiones más afines a la
propia industria cultural y la construcción de convenciones e imaginarios
colectivos compartidos en un contexto específico. Y es que “usualmente
la gente encuentra los discursos que les permiten armar sus identidades en las
diferentes construcciones culturales de una época y una sociedad determinadas”.[6]
Esto hace que muchas de las perspectivas esencialistas que tratan ciertas
manifestaciones musicales desde una visión romántica y conciliadora pierdan
fuerza a favor de nuevos discursos que involucran procesos identitarios,
mercantilistas y sociales complejos. En vista de esto, es necesario aplicar un
enfoque transnacional que nos remita a los orígenes, en primer término, del
mito celta y, en segundo lugar, a la creación del folk celta, tanto en Galicia
como en Buenos Aires, para entender cómo convive e interactúa con la música
tradicional y cómo evoluciona el discurso en torno a la música en un lugar y el
otro teniendo en cuenta que “la evocación de los lugares de origen, sus
personajes y sus tradiciones no se hizo desde una lectura individualizada, sino
colectiva y generacional para rescatar la memoria de la sociedad, el patrimonio
y la tierra gallega”,[7] pues
“lo transnacional no debe sustituir otras escalas historiográficas, sino
complementarlas” y no caer en el error de pensar que “la música popular de una nación se desarrolla dentro
de sus fronteras,
cuando a menudo se construye sobre ellas, en interacción con sus
representaciones globales”.[8]
En este caso, no compete al alcance de este
trabajo la discusión sobre la pertinencia o no del uso del término “Celta”. La
legitimidad del mismo y los discursos sobre la reafirmación política o
nacionalista[9]
interesan menos para el estudio que aquí atañe que su potencial estético y
simbólico y la incisión que hace en la galleguidad
como elemento de hibridación, transformación y preservación de la cultura con
los discursos previos, pues
… estas
acumulaciones de formas tradicionales son simplemente signos de una tradición
sana que se adapta a las nuevas condiciones socioeconómicas. Solo cuando se
idealiza un punto del continuum y el término tradicional se limita a esa forma,
la tradición se ‘inventa’ en el sentido de Hobsbawm, ‘para inculcar
determinados valores y normas de comportamiento mediante la repetición, lo que
implica automáticamente la continuidad con el pasado’.[10]
Música gallega y música celta en Buenos Aires
La vida musical ha sido
una piedra angular de la acción cultural en la colectividad gallega de Buenos
Aires desde el principio, aunque su actividad no contó con la misma intensidad
en todo momento. De la misma forma, es imperante entender el papel que jugaron
las diferentes colectividades en el desarrollo de la galleguidad
porteña como instituciones influyentes en diferentes aspectos como la política
o la cultura. En 1887 se creó el primer centro gallego en la ciudad; a partir
de su creación comenzó un proceso de expansión de este tipo de instituciones
que empiezan a tejer una gran red de sociedades galaicas con diferentes
adscripciones geográficas (regional, provincial, comarcal o parroquial) y objetivos
(mutualistas, médicos, benéficos, culturales, recreativos, deportivos, etc.).[11]
Así mismo, es necesario entender que la aceptación y reconocimiento de lo
gallego por parte de la sociedad receptora fue también desigual a lo largo del
tiempo, con un cambio de estereotipación y, sobre todo, de asimilación cultural
a lo largo de los años.
En el entorno asociativo se ha llevado a cabo
una estrategia cultural de galleguización; las
reuniones, actividades y eventos de estos centros, por tanto,
constituyen uno de los indicadores indirectos de
cuáles son los sentimientos de identidad de los inmigrantes, debe resaltarse
entonces la importante presencia del elemento cultural gallego en muchas de las
celebraciones, veladas, fiestas campestres, excursiones, audiciones
radiofónicas, etc..[12]
El papel que jugó la música en el proceso
identitario y de identificación étnica fue esencial en toda la sociedad de
emigrantes gallegos, pero las manifestaciones de la misma fueron variando a lo
largo de los años con intensas transformaciones en el repertorio,
instrumentación, formación y motivación. De una forma u otra,
la diáspora actuó sobre el hacer musical como un
proceso de resignificación. Lejos de estar cerrado, este proceso continúa en
nuestros días porque buena parte de la población emigrada continúa viva y sigue
construyéndose a sí misma a través de un pensar y sentirse gallega.[13]
Así, es posible encontrar variantes del
folklore o música tradicional en múltiples formas, estilos y géneros; la
permeabilidad de la música gallega en Buenos Aires llegó incluso a alterar la
propia noción de “música gallega”, que dotó a la recontextualización de esta de
una nueva significación acorde a la sociedad en la que se insertó. Esto ayudó a
la creación de un campo cultural fértil y maleable, a pesar de que nunca llegó
a romper los lazos que la unen a su lugar de origen. Como señala Bourdieu, “hay
campos más inclusivos y otros menos. Este reconoce la capacidad de innovación
de los sujetos, pero estas capacidades no nacen de la nada, del libre albedrío,
sino que se adaptan a discursos, a ideologías ya existentes”.[14]
Pablo Cirio emprendió desde el ámbito
académico varias investigaciones que lo llevaron a catalogar y recopilar todo
el corpus discográfico de artistas y bandas relacionadas con la colectividad
gallega en Argentina.[15]
Desde la agrupación más antigua (la comparsa Inmigrantes Gallegos, fundada en
Buenos Aires hacia 1875) hasta el presente, ha documentado 190 formaciones entre orfeones,
corales, pandeireteiras, conjuntos de gaita con o sin
cuerpo de baile, rondallas, solistas, conjuntos de acordeones, orquestas de música académica, bandas de metal, de gaita, orquestas tropicales y de jazz,
grupos de música celta, charangas, entre otras. Las grabaciones que
ha compilado contabilizan un total de ochocientos registros en diferentes
soportes (rollos de pianola, discos de vinilo de diferentes pulgadas, casetes y
CDs) y realizados por diferentes compañías
discográficas (Odeón, EMI, ECA Victor, Nacional, e
incluso un sello gallego llamado Hermi-Fono) que
datan entre 1908 y 2005.
La mayor cantidad de registros provienen de
la categoría que Cirio (2009) cataloga como “Música gallega interpretada y
editada en la Argentina” (por gallegos o no), seguido por “Música gallega
interpretada en el exterior y editada en la Argentina”. Sin embargo, el dato
más relevante en la cuestión que aquí ocupa viene de la categoría de
“Intérpretes gallegos de música no vinculada a Galicia”, en la que se insertan gaiteiros oriundos de Galicia que interpretaban
obras de moda, canciones españolas, asturianas, entre otras, como Dopazo, o el cantor de tango vigués Antonio Rodríguez Lesende, que dejó algunas placas junto a la orquesta de
Carlos di Sarli. Entre estos también se encuentra
Francisco Cao Vázquez, también conocido como “el Gaitero de Texas”, músico que
firmó el primer disco de lo que en palabras del propio Cirio se “convino en
llamar música ‘celta’, editado en Buenos Aires entre 1959 y
1960”. [16]
La descripción y adscripción de este dentro
de la música “celta” puede tener cabida en una acepción de la celticidad muy
primitiva y ajena a la que se aplica en los venideros años ochenta y noventa
(Cirio atiende a este período como pre-historia de la
música celta). Esta perspectiva temprana es muy cuestionable por el propio
nacimiento de la música celta en Galicia como género, que provoca la idea de que
un músico como “el Gaitero de Texas” sea la primera manifestación de la música
celta con algún tipo de vínculo con Galicia sea dudosa. Esto se debe a dos
razones: la primera es que este género —como etiqueta musical interatlántica y como manifestación musical definida
aplicada a música gallega por unas características formales, instrumentales,
sonoras y simbólicas concretas— no se crea hasta el año 1977, cuando el
productor gallego Nonito Pereira trama la promoción
del primer disco de Emilio Cao Fonte do Araño:
pienso y escribo un argumento promocional basado en
el Leabar Gabala, el Libro de las Invasiones de
Irlanda, traducido por Manuel Murguía, de donde esbozo una visión fantástica,
entre los límites de lo real y lo legendario, que me permitiera desarrollar, la
estrategia promocional de presentación de una música con indudable semejanza a
la que ya gozaba de amplia popularidad en países como Irlanda, Escocia o
Bretaña, pertenecientes a la plataforma celta.[17]
La segunda razón es que los músicos
entrevistados, participantes de la escena de música celta porteña, reconocen
que la principal referencia de este género dentro de la colectividad gallega
viene de la mano del grupo Milladoiro, conjunto de folk celta gallego que data
del año 1978. En palabras del reconocido gaiteiro
porteño Daniel Pazos:
Lo del
Gaitero de Texas es un mito. Todo esto empieza con la famosa frase popular:
‘Toca la gaita Domingo Ferreiro, toca la gaita, non quero, non quero’. Las
investigaciones sobre este gaiteiro parten de
esta, lo que hizo llegar hasta González Tuñón, que es el creador de una poesía
dedicada a la República en la que se dice esta frase. Lo que creo que pasó es
que se intentó buscar un sentido literal a la frase y alguien llegó a una
grabación antigua del ‘Gaitero de Texas’ que por un lado tiene ‘Oh Susana’ y
por el otro ‘Corazón de dos caras’. Desde mi punto de vista esta grabación está
tocada por un gaiteiro escocés, musicalmente
no se reconoce ningún dejo ni elemento que pueda hacernos pensar en un músico
gallego ni en ningún tipo de vinculación con Galicia, para esto es necesario
correr veinte años hacia adelante.[18]
Si bien es cierto que el ejemplo de Francisco
Cao puede verse como un precursor precoz del folk celta posterior, la
concepción de lo celta que planteó estaba muy alejada de la categoría que se
desarrollaría en las siguientes décadas. Así, es posible afirmar que las
influencias que tomó en un primer momento venían de países como Irlanda o
Escocia, donde el género estaba en cierto modo definido, pero nunca de Galicia,
donde no existía un sonido ni un repertorio que se identificase como tal. Por
otro lado, la cuestión política y el discurso nacionalista que plantea Murguía
en su defensa de la etnicidad céltica gallega como recurso identitario y
diferenciador no forma parte del discurso de los grupos y músicos que se
reconocen como celtas dentro de la colectividad gallega de Buenos Aires, sino
que las motivaciones son más de carácter estético, comercial y simbólico, como
se explicará más adelante.
Lo que sí es cierto es que en el imaginario
popular porteño ya se habían instaurado ciertos tópicos generales del celtismo murguiano:
de corte etnicitario anclados en un tan mítico como glorioso pasado
celta. Es por esto que en el Festival Folklórico Celta el 31 de mayo de 1964 en el Luna Park
intervinieron un total de cinco grupos gallegos, dos escoceses, un irlandés y
otro portugués, así como la Sinfónica de la Prefectura Marítima, el Coro
Universitario de la Facultad de Filosofía y Letras y el actor gallego Fernando
‘Tacholas’ Iglesias.[19]
La alta participación gallega se debió a que,
además de las cuestiones citadas anteriormente, en estos años las migraciones
gallegas se habían reactivado y esta colectividad era mucho más abundante y
accesible que la irlandesa o escocesa, y no por cuestiones estrictamente
musicales. Como fuera, la inclusión de estos grupos en este tipo de jornadas y
actividades sí supone un indicador de la tendencia posterior de músicos
gallegos y no gallegos a etiquetarse dentro de la música celta, un ámbito que
ya había interpelado a la galleguidad, pues
la música popular es un tipo particular de
artefacto cultural que provee a la gente de diferentes elementos que tales
personas utilizarían en la construcción de sus identidades sociales. De esta
manera, el sonido, las letras y las interpretaciones, por un lado ofrecen
maneras de ser y de comportarse, y por el otro ofrecen modelos de satisfacción
psíquica y emocional…, dando a la música gallega un campo en el que instaurarse
y en el que desarrollarse como fenómeno popular más allá de la colectividad,
que participó, como un tipo particular de discurso, en la lucha por la
construcción del sentido que caracterizó a la sociedad.[20]
Más allá de estos dos hechos aislados, el
fenómeno de la música celta en Buenos Aires dentro de la colectividad gallega
comenzó en la primera mitad de los años 80 con ciertos elementos prototípicos
tomados de la incipiente moda en Galicia. Así, el grupo Milladoiro se
convertiría en el gran referente para los músicos que participaban en las
actividades musicales de los diferentes centros gallegos de la capital
argentina. Aquí la idea de lo celta fue rápidamente asimilada y naturalizada
por los intérpretes y agrupaciones existentes, en cierto modo ajenos a la
discusión que sí se había abierto en Galicia con “comentarios diversos a favor
y en contra del argumento del celtismo en la música gallega que empezó a ser escuadriñado por parte del sector más purista de la cultura
gallega levantando una polémica de hondo calado”.[21]
Cabe señalar que a pesar de que dentro de los centros gallegos también se
adoptó en ciertos casos el epíteto del celtismo, la mayoría de los grupos de
música celta eran y son independientes, aunque sus componentes mantengan
vínculos con dichas instituciones. Es entonces cuando comienza a desdibujarse
la línea entre la música tradicional y la música celta, además de la
convivencia de estas con otras músicas ajenas a la galleguidad
como
la ópera (generalmente con trozos de obras), el tango, el bolero y el fox trot. Sin embargo, no fue
hasta el inicio de las grabaciones en CD que los grupos gallegos locales
comenzaron a incluir géneros hasta entonces desestimados de tradicionalidad (enxebrismo) en la cultura gallega como la rumba, el tango,
el fox trot y la mazurca.
Ello fue consecuencia de un viraje paradigmático de la concepción del folclore
más amplia y dinámica de la que venía siendo dominante en Galicia, de cuño
romántico anglosajón.[22]
La primera agrupación “gallega” que participa
en el discurso del celtismo sería el dúo formado por Eliseo Mauas
y Miguel Cormack, Ceolta
Gael, de 1984 y que apenas duró un año en activo. Más trascendente fue el grupo
del mismo año Xeito Novo, más tarde Fundación Xeito Novo de Cultura Galega, que comienza su actividad
como una abscisión del Cuerpo de Baile “César Quiroga”, del Centro Betanzos.
Este grupo, más tarde autodenominado de “folk celta”, cuenta con seis
grabaciones: Xeito Novo —primero en LP y casete, luego
en CD— (1987), Galimerica (1994), Compostelae (1997), Luz de invierno (2000), Xanelas (2005) y Noites de Lúa (2013).
Contemporáneo a este es el grupo Poitín, con una
grabación en casete del año 1988.
En 1986, Eliseo y Manuel Castro crean la Real
Asociación Céltica de Gaiteros Galaicos / Keltika
Rigiokomoimu Grabrokarnuton
kallaikias, transformada en 1988 en la Real Asociación Celtogalaica
/ Keltokallaika
Rigiokomoimu. …Poitín
perteneció a dicha asociación y existió hasta 1989. “Su folleto brinda
frondosas explicaciones de neto corte ideológico para cada obra, entre ellas
poemas en gallego de Castro”.[23]
Otros grupos relevantes que comenzaron en la década de los 80 fueron Sete Netos
o Ábrego, el Conjunto de Música Folk-Celta del Centro Galicia de Buenos Aires.
Ya en los 90 aparece el dúo Gwynn que daría paso a Lenda
Gwynn, el grupo Duir, nacido a partir de algunos
integrantes de Poitín, así como Achaiva
da Ponte, Os Druidas o The Shepherds
(comenzaron haciendo música tradicional gallega, escocesa e irlandesa, pero
finalmente se centraron en esta última).
A principios del siglo XXI el “folk celta”
estaba completamente asentado y contaba con una escena nada desdeñable y un
público más o menos fluido. Se puede afirmar que el fenómeno pertenece a una
nueva generación de gallegos que son hijos y nietos de los inmigrantes
primigenios, por tanto también se puede hacer una lectura de tránsito
generacional conducida por lo musical, ya que “ciertos géneros ofrecen mensajes direccionados a diversos
aspectos de la vida cotidiana, mensajes dirigidos a diferentes tipos de
identidad: en relación con el género, edad, clase social, etnia, etc.”.[24]
Así, en los primeros años del nuevo siglo surgieron manifestaciones aisladas
(con una repercusión menor a las de las décadas anteriores) que ya tendían a la
hibridación con otros géneros populares como el rock, el punk, el metal o el
jazz, como Tenwar (2003) o Xiada
(2005), entre otros. Además de los grupos y músicos surgieron otros festivales
como el Festival Celta de 1985 en el Fahy Club o el
Primer Festival de Música Celta Keltoi en 1996, que
continuaron desarrollándose y creciendo a lo largo de los años.
De lo local a lo transnacional
El auge del celtismo fue un fenómeno producto
de la globalización y los procesos transnacionales que atañe a muchos lugares y
sus respectivas manifestaciones culturales. “Se detecta un sentimiento de lo
Celta como una marca globalizada y globalizadora”,[25]
un vehículo para muchas manifestaciones vernáculas y de corte tradicional, así
como identidades asociadas a estas. El carácter ritual de la música, su
principal función social,
ha cambiado
profundamente y solo se comprende si se analiza bajo las condiciones de la
sociedad postindustrial, postmoderna. La producción y el consumo de la música
ya no responden a las necesidades de la estructura social anterior a la
modernidad, sino que están sujetos a la cultura de masas y del ocio como
referentes de la individualización y los nuevos estilos de vida.[26]
El movimiento de lo local a lo transnacional
implica numerosos agentes y mediaciones, así como un discurso de mercado en el
que lo musical está supeditado a las majors y
las etiquetas reconocibles, así como de un público que asume ciertos
estereotipos y asociaciones, muchas veces reduccionistas, de las realidades
musicales. El celtismo, por tanto, está en una negociación constante entre la
propia tradición y una realidad ambigua y heterogénea como es la céltica, que,
en lo musical al igual que en lo político, funciona como elemento revitalizador
de los elementos preexistentes, pues “las identidades se construyen dentro del
discurso, se relacionan tanto con la invención de la tradición como con la
tradición misma”. La narrativa de la que parten las identidades reside “en lo
imaginario, y por lo tanto, siempre se construye, en parte, en la fantasía”.[27]
El caso de la música gallega en el entramado
del celtismo es paradigmático del poder de transformación y asimilación de la
tradición en el ámbito musical. Los medios, instituciones, agentes, mediaciones
materiales e inmateriales y estereotipos juegan un papel esencial en una
urdimbre que se teje desde diferentes focos, ya que la colectividad gallega
desarrolla su actividad dentro y fuera de sus fronteras, siempre con ciertos
elementos representativos de la propia cultura sobre los que se despliegan
elementos exógenos y se tienden puentes entre lo tradicional y lo global.
Si bien el punto de partida está en el ya
mencionado Emilio Cao y su álbum Fonte do
Araño del año 1977, fueron otros los que marcaron el devenir del folk
gallego y el celtismo, tanto en Galicia como en Buenos Aires:
Si las principales referencias, fuera de la
colectividad gallega argentina son grupos como Milladoiro o músicos como Carlos
Núñez, que hacen mucho repertorio irlandés o de otros lugares, lo que ellos
hacen lo asimilamos como gallego.[28]
Siguiendo la tesis de Frith, no es que un
grupo social tiene creencias luego articuladas en su música, sino que esa
música, una práctica estética, articula en sí misma una comprensión tanto de
las relaciones grupales como de las individuales:
No es que los grupos
sociales coinciden en valores que luego se expresan en sus actividades
culturales (homología, esencialismo), sino que sólo consiguen reconocerse a sí
mismos como grupos por medio de la actividad cultural, por medio del juicio
estético. Hacer música no es una forma de expresar ideas, es una forma de
vivirlas.[29]
En el contexto que aquí
ocupa, la práctica musical mostraba una realidad cambiante y una sucesión
generacional inexorable en la que la acepción identitaria se yuxtaponía con el
propio mercado musical internacional y los gustos de una sociedad con una identidad
propia como la porteña. En este sentido, el folk celta proveniente de Galicia,
más allá de las discusiones sobre su pertinencia, jugó un papel muy importante
como difusor de una cierta tradición gallega, pero no como buen representante
de la música tradicional, dos conceptos casi antagónicos, al igual que los de
“música gallega” y “música tradicional gallega”, etiquetas con profundas
diferencias simbólicas y de raíces.[30]
En el contexto argentino la música celta fue
un fenómeno que se aceptó rápidamente y que provenía, en gran parte, de las
músicas tradicionales de Irlanda y Escocia ya filtradas por el mercado musical
y que creó rápidamente una audiencia que no cuestionó la adecuación de los
elementos musicales, ya que
La mayoría
de los músicos tradicionales irlandeses, y aquellas personas relacionadas con
la comunidad de la música tradicional, no reconocen la música celta como una
categoría musical, refiriéndose a ella como no-categoría o el Mundo Celta. La
amalgama de estilos irlandeses, escoceses y de otras nacionalidades promulgada
por la expresión "música celta" contradice las asociaciones locales,
regionales y nacionales encarnadas en la música y su interpretación. [31]
Las tradiciones musicales se asumieron sin
cuestionarse su procedencia o su carácter etniciario.
Por eso, como relata Santiago Cabria,
… el gran
peso de la influencia gallega en la música celta viene de que los gallegos eran
más y los lugares mayoritarios para aprender a tocar la gaita o percusión
tradicional son los centros gallegos. Pero musicalmente el interés por la
música celta viene de las influencias irlandesas y escocesas.[32]
a lo que Marcelo Abalos,
gaiteiro y compositor de Achaiva
da Ponte, añade que “lo que tenían a mano aquí eran las gaitas gallegas, por lo
que finalmente terminaban tocando música gallega aunque llegasen al instrumento
por la escocesa e irlandesa, creándose un vínculo casi confuso”.[33]
Esto supone la entrada en contacto de tres tradiciones musicales diferentes
unidas por una cierta instrumentación y posteriormente un repertorio que
terminan por diluirse en una única escena. El análisis propuesto parte de
ciertas premisas teóricas tomadas de los conceptos de hibridación e
intertextualidad, es decir, los elementos que referencian a cada una de las
culturas y los productos resultantes, ya que
producen dicha música junto con subculturas peculiares, como resultado de la aparición de un nuevo tipo de músico de orientación universal, cuyas actitudes artísticas le llevan a una transgresión intencionada de las fronteras establecidas de la música popular tradicional (como patrón de identificación colectiva) y a la reconfiguración individualista y "desterritorializada" de sus simbolismos étnicos como efecto de la comunicación transcultural (global).[34]
En este punto cabe resaltar las dos
diferencias entre la música gallega en Argentina y su homóloga peninsular. Una
es de carácter auditivo y la otra simbólica.[35]
Esta última se refiere al mensaje o uso de la música al trasladarse desde su
contexto original y las nuevas significaciones que adquiere en el lugar que se
inserta. Por su parte, el carácter auditivo hace referencia a los sonidos
asociados a un determinado lugar, lo que implica cuestiones objetivas y
subjetivas, como el repertorio, la instrumentación, la recepción o el “dejo”.
En cuanto al primero, cabe decir que los usos, como ya se ha señalado, se
desvincularon de cualquier tradición o ciclo vivencial y las manifestaciones de
música tradicional se instauraron en el ámbito institucional:
Hubo
intentos de crear lugares de foliadas y reuniones más espontáneas que no llegaron a prosperar. Sí que se dan,
pero dentro de las instituciones y en un contexto formal, momentos en los que
se toca de un modo más distendido y festivo. Después de la presentación oficial generalmente los
gaiteiros agarramos la gaita y se arman
foliadas, la gente se pone a bailar, etc. Este tipo de cosas son más comunes en
los centros de carácter más local como Corcubión, Vedra, Mos, etc. También se hacen ‘xuntanzas’ con cantareiras,
diferentes grupos de gaitas, etc.[36]
Además, se comenzó a asociar con una
determinada estética vinculada al surgimiento de la música celta en los años
sesenta “en un contexto de nuevas y frescas tendencias socioculturales —los hippies, el flower-power, el “mayo francés”, etc. — que coadyuvaron al (re)surgimiento
de movimientos sui generis como el rock y la música antigua. Como preámbulo de la creación oficial de la world music por las discográficas, a fines de los
ochenta, se comenzó a tocar música de manera conjunta con instrumentos estándar
(guitarra, teclado, bajo, batería, etc.)”.[37]
Esto tiene un cierto sentido en el territorio gallego, donde la canción protesta
de Voces Ceibes que comenzó en el año sesenta y ocho
funcionó como base sobre la que posteriormente se asentaría el folk celta.
Las implicaciones sonoras son más complejas,
La música tradicional no define a una sola comunidad, sino a múltiples comunidades con sentidos de identidades superpuestas. Lo que estas comunidades comparten es la forma común de las canciones, las melodías de baile y los aires lentos instrumentales.[38]
Esta dimensión involucra numerosas
mediaciones de diferente naturaleza. Sin embargo, es posible trazar ciertas
ideas que atraviesan la misma a través de algunos ejemplos. En primer lugar, el
hecho de que la música celta comparte trayectoria con el género New Age, lo que
se tradujo por el auge de los elementos étnicos e identitarios junto con
sonidos electrónicos en la World Music:
El tema de
las etiquetas y las compañías internacionales fueron decisivas para instaurar
la música celta. El punto de inflexión fue el tránsito de lo que se llamaba
‘New Age’, que se basaba en unos clichés y sonoridades medio étnicas, a
incorporar en esta, elementos de diferentes lugares. Ahí se produce la música
celta y por eso está fuertemente vinculada al uso de pianos, sintetizadores,
instrumentos eléctricos, batería, etc.[39]
Estos estilos
se puede decir que forman entramados culturales.
Presuponen un código sistémico compartido por los agentes sociales que
participan de este. Desde la perspectiva de los agentes sociales, participar de
un entramado cultural determinado significa compartir con otros un mundo
particular de objetividades.[40]
Por otro lado la instrumentación es un
elemento que define la experiencia sonora, la práctica musical y que articula
significados: “dentro de todo lo que es la música gallega creo que la pandereta
es el elemento más reconocible, que puede definir más el carácter gallego de la
gente que está interpretando”[41].
Las gaitas son muy importantes en cuanto a su morfología, pero para el público
general muchas veces no hay diferencia entre el instrumento escocés o el
gallego. Sin embargo, la pandereta se asocia directamente con la tradición
gallega, tanto en el plano sonoro como material, ya que
…la práctica del
instrumento en Galicia tiene un toque muy particular que no se ve en otro tipo
de panderetas del mundo. En ningún otro lugar que no sea Galicia se interpreta
de forma que la mano que lleva todo el peso sea la que sostiene el instrumento.
Este tipo de características, aunque son cuestiones muy técnicas que pueden no
llegar al público general define mucho lo ‘gallego’ dentro de la música celta.[42]
Además de la pandereta, la gaita, como ya se
ha dicho, es el otro símbolo de la galleguidad,
aunque muchas veces no existe un interés directo por la procedencia del
instrumento sino por su sonoridad, asociada a un mundo musical celta genérico.
Así mismo, dentro de la galleguidad en Argentina se
ha transformado e incluso creado un instrumento propio, con un trasfondo de
significación profundo, como es la “gaita marcial gallega”, la primera en
diseñarse en todo el continente americano:
Prueba de ello es, por ejemplo, el esfuerzo
ideológico de A Real Banda de Gaitas da Deputación de Ourense por tocar no con gaitas gallegas,
sino con un remedo de gaita gallega alla escocesa
ideado por su director hacia los años noventa. Muchos de quienes hacen música
celta tienen en claro que lo suyo es un producto artístico creativamente tan
libre como descomprometido con el pasado.[43]
Los instrumentos juegan un papel esencial en
la identificación de un género, tanto por su sonoridad como por su estética, ya
que
la adscripción de un objeto musical a un
determinado género dependerá de quien la realice, sea la clasificación
científica y académica o la del sentido común. Esta última corresponde a los
usos comunes de los oyentes, quienes en su proceso de categorización pondrán en
juego sus propias experiencias previas con los objetos en cuestión.[44]
Así mismo, cabe destacar el papel de la
batería dentro de los conjuntos celtas debido a dos cuestiones.
En primer lugar, por comodidad, porque es más fácil
tener a un único batería que a varios percusionistas, y en segundo lugar,
porque la música celta, como música popular, precisa en muchos momentos dar al
público un elemento que reconozca al que pueda agarrarse, y el sonido de la
batería en cuatro por cuatro es algo que se encuentra en cualquier estilo de música y
que todo el mundo tiene interiorizado.[45]
Al repertorio podrían aplicarse las mismas
premisas que a la instrumentación, las características formales e
interpretativas que se corresponden con el género o etiqueta de “música
tradicional gallega” dialogan con una cultura global y un repertorio
reconocible fuera de los marcos de la etnicidad, que muchas veces se desprenden
de otros ámbitos, pues “los grupos de música celta evidencian más su carácter de representación
de una cierta globalización o multinacionalización de
la canción que a la representación de unas tradiciones estrictamente celtas”.[46] La
estandarización del repertorio “Celta” y sus sonidos asociados fue en
detrimento no solo de los repertorios tradicionales canonizados, sino también
de los grupos regionales o charangas, que eran las agrupaciones musicales
más tradicionales en las fiestas gallegas en
Argentina y, en otra época, también en Galicia, arman su repertorio bebiendo de dos fuentes, por un lado la música española, en general, y la
gallega, en particular y, por el otro, la música de moda.[47]
El repertorio que más incidió en un primer
momento fue el del grupo gallego Milladoiro, epígono del folk gallego en Argentina.
De sus primeros trabajos se interpretaron a lo largo de los años ochenta
numerosos temas por parte de casi todos los grupos celtas porteños, de los
cuales algunos eran de corte gallego como “Alborada de Pontecaldelas”,
“Foliada de Berducido” o “Aires de Pontevedra”. Por
otro lado, muchos temas que los grupos de folk gallego versionaron e incluyeron
en su repertorio provenían de Irlanda o Escocia, con sonidos completamente
ajenos a la tradición galaica como “Amazing Grace” o
“The Clumsy Lover”. Esto hizo que quien hoy asista a un concierto de la
denominada música celta pueda apreciar bellas interpretaciones
(salvo que los músicos sean malos), pero suponer que al escuchar el himno
religioso escocés “Amazing Grace” o el vals gallego “A rianxeira” (a la sazón, compuesto en la Argentina)
está escuchando la música que los druidas tañían en sus arpas a la sombra de
los dólmenes, está pecando de ingenuo y prestándose a un redituable juego de
mercado que ni siquiera está en manos de los músicos, sino más arriba.[48]
A pesar de que los elementos vernáculos se
hayan difuminado y realmente no exista una barrera entre lo tradicional y lo
celta, en Buenos Aires hubo una prolija producción de canciones originales de
corte gallego, siempre filtradas por la instrumentación y proyección de lo
celta: batería, guitarra, teclados, armonización, forma, entre otros.
Las muiñeiras son lo que más se
asocia al repertorio tradicional. La “Muiñeira de Chantada” es sin duda el tema
más interpretado, igual que “Ponte San Paio” (en armonía
menor). La armonía menor ayuda a invitar a otro público, a mezclar con otros
elementos porque es más rica en variaciones, acordes, inflexiones y armonía en
general. Los pasajes en Do mayor con Mi bemol dan muchas posibilidades de rearmonización y se pueda variar la melodía. Se transforman
y modifican los temas haciéndole variaciones.[49]
Así
encontramos temas de Alberto López, gaiteiro
del grupo Sete Netos, como “Miña Nai”, “Marchas al
Apóstol de Santiago” o “Muiñeira de Mondariz”.
También el grupo Achaiva da Ponte compuso temas
originales como “Xota de Mañanciña”
o “Muiñeira de Bito”, además de los temas de uno de los gaiteiros
más destacados dentro de la colectividad gallega porteña, Daniel Pazos: “De
Vigo a Baiona”, “Foliada para Victoria” o “Muiñeira de Santa Marina”.
Una nueva mirada sobre la
galleguidad argentina a través de la música celta
La música gallega en Argentina ha estado
fuertemente ligada al movimiento asociacionista, dentro de lo que se denominan
colectividades. Estas funcionaron como entidades culturales, políticas y
sociales para amparar a una inmigración proveniente del ámbito rural y que tuvo
que emplearse como mano de obra no cualificada debido a la difícil inserción
laboral en los servicios del espacio urbano del Buenos Aires porteño.[50]
Este vínculo con las instituciones hizo que la vida social y cultural de estos
gallegos emigrantes se redujese, en muchos casos, a las actividades realizadas
por dichos centros, creando diversos espacios de esparcimiento y salvaguardado
de la galleguidad. Estos contaban con sus propias
agrupaciones tradicionales, tanto de baile como instrumentales y corales,
festejos y actividades en las que la participación fue mayoritariamente
gallega. Tanto fue así que el gobierno gallego ha facilitado de modo regular,
desde los años 80, profesores de gaita, canto y baile, así como realizado
donaciones de instrumentos y trajes típicos, además de ofrecer ayudas de
movilidad para posibilitar el intercambio cultural. La actividad musical ha
sido y es un fiel reflejo de la historia y transformación de estas
instituciones, y “lejos de limitarse a recrear la música aprendida en Galicia,
los emigrados han dado rienda suelta a su capacidad creadora, enriqueciendo el
repertorio con nuevos aires”.[51]
Gracias a esto, el ámbito musical se ha revelado como uno de los campos más
recurrentes para introducir elementos de carácter étnico en la sociedad local.
La música celta, más allá de los aspectos
sonoros, ya contaba con un poso en la tradición gallega introducido por el
discurso murguiano, que se había puesto al servicio
del proyecto político, además de servir como un factor de modernización. Fue a
través de este discurso que “la muiñeira, el alalá y la gaita fueron convertidos en
epítomes de galleguidad, adjudicándoseles una carga
simbólica que no poseían”.[52]
Esto es fruto de una “tradición inventada”,[53]
que en el ámbito de la música actúa muchas veces como motivo de desprestigio “de la música tradicional ya que esto produce que
los propios autores prefieran proporcionar la acepción de música celta antes que la denominación de música tradicional por una razón de
peso, la globalización y el mercado”.[54]
En el contexto argentino juega también un
papel esencial el estigma de lo gallego que perduró en el imaginario colectivo
durante el siglo XX y que, en menor medida, se mantiene hasta nuestros días.
Estos estereotipos negativos favorecieron el alejamiento de lo gallego, en
algunos casos de forma inconsciente, a través de lo celta:
es algo que
lamentablemente sucedió y todavía sucede, aunque mucho menos, y se debe a
ciertos estereotipos derivados de las migraciones, de que muchos de los
gallegos que llegaron aquí provenían del campo, de que eran ignorantes, gente
que no sabía leer o escribir. Lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero es una
realidad que hizo que lo gallego se entendiese como bruto. No creo que dentro
de lo musical suceda, al menos en la idea que pueden tener los intérpretes,
porque nosotros hacíamos la música que hacíamos porque nos gustaba, principalmente.
Donde sí que pasaba era en el público de la música gallega, que se fueron
alejando de esas tradiciones que solamente se llevaban a cabo en la
colectividad y que en un cierto momento sí se asociaban con estos estereotipos,
favoreciendo el consumo y acercamiento a la música celta, más aceptada por la
sociedad general, sin la presencia de este tipo de cuestiones ni asociaciones.[55]
A pesar de esto, sí es posible afirmar que la
música celta en la sociedad de la ciudad de Buenos Aires, al mismo tiempo que
se aleja de las tradiciones sui generis, fomenta una continuidad
cultural que probablemente no habría sido posible sin este proceso de
adaptación tanto generacional como estilístico, transformando los estereotipos
sobre la galleguidad y adaptando los elementos de la
misma a una nueva narrativa identitaria, ya que
…las buenas interpretaciones dependen de la
retórica, de la capacidad de los músicos de convencer y persuadir al oyente de
la importancia de lo que están diciendo. No se trata de representación sino de
actitud. Sin embargo pone en juego un efecto emocional, una connivencia entre
el intérprete y una audiencia que está más comprometida que distante y es más
cómplice que entendida.[56]
En la bibliografía dedicada a este tema se
nombran dos grupos pioneros de la música celta en Buenos Aires a principio de
los años 80. Por un lado, el grupo Poitín y por el
otro, Xeito Novo. Si bien es cierto que fueron los
primeros grupos, a nivel individual hay un primer actor que expone unas
inquietudes sobre la música celta en la ciudad, anteriormente a la conformación
de estos, y que es Carlos Fernández, uno de los fundadores de Xeito Novo. Fernández había trabajado en Galicia durante
los años 70 e hizo muy buena amistad con Luís Emilio Batallán
y Bibiano, gente que estaba en estos primeros grupos de Galicia que habían roto
con los discursos musicales hegemónicos como Voces Ceibes
o Fuxan os Ventos. Hicieron toda esta clase de música
que comenzó a marcar la diferencia para que otros pudieran entrar después a
trabajar en la música celta. A su llegada a Buenos Aires, Carlos Fernández
propició el encuentro de un amplio grupo de gallegos provenientes del Centro
Betanzos en su propio local. Fue en este donde comenzó a gestar un nuevo grupo
de música tradicional junto a Eduardo Sixto, Pablo Fernández, Joaquín Estévez,
Diego Álvarez, entre otros. Este grupo fue Xeito
Novo, un cuarteto de gaitas con percusión con una concepción tradicionalista
con ciertas influencias provenientes de la “Europa Atlántica”.
Al igual que sucedió en otros lugares de esta
franja, donde la incidencia del celtismo fue mayor, la idea de lo celta
conllevó la asunción de una cultura atlántica común, un mito alimentado y
vivido, una extensión de su participación en un movimiento estético y musical desligado
de ciertas responsabilidades concretas con lo étnico, a favor de una cultura
que tendía a lo universal.
La nueva generación fue menos
beligerante y más propensa a formas de evasión y tendencias musicales que no
implicasen necesariamente una ruptura vital extrema. El universo celta pasó a
ser, en ese contexto, una opción muy válida en la búsqueda de la identidad
personal y colectiva, incluyendo el placer hedonista y no comprometido de los
conciertos, festivales, y fantasía celta en general.[57]
En la ciudad de Buenos Aires la colectividad
gallega estaba sumida en la música tradicional, en el folklore gallego más
puro. El ya mencionado Carlos Fernández fue el que propuso dar una vuelta a la
música de Xeito Novo por una cuestión de
supervivencia y expansión fuera de la colectividad gallega y comenzar una
trayectoria como grupo independiente fuera del círculo más tradicionalista,
además de superar ciertas barreras generacionales que involucran a los hijos y
nietos de los primeros inmigrantes gallegos que en cierto modo comienzan a
verse influidos e interesados por los movimientos de moda. Esta desvinculación
no es aislada, ya que “en las instituciones gallegas no se gestaban grupos de
otras músicas que no estuvieran vinculadas con lo tradicional”,[58] por
lo que todas estas formaciones que se autodenominaban de folk celta de raíz
gallega fueron independientes y se desarrollaron fuera de la colectividad.
Esto llevó a que la música de corte gallego
que hacían estos grupos pasase a formar parte del mundo celta general,
facilitando el contacto y evolución hacia otros géneros como sucedió con el
grupo Tenward o que apareciesen versiones en clave de
rock de temas como “Fogaxe” del grupo Sete Netos:
El género proyecta
temporalmente, en el caldero revuelto y continuo de formaciones socioculturales
alternativas, movimientos y reconfiguraciones potenciales de esas formaciones
codificadas materialmente como movimientos y transformaciones estéticas que se
ofrecen como análogos a los movimientos y transformaciones sociales.[59]
Como se ha expuesto, la cuestión de la
homogeneización de los grupos viene dada por el mercado, sobre todo el de los
festivales y las salas:
Los grupos
deben mantener un equilibrio entre lo ‘reconocible’, cuestiones relativas al
sonido, repertorio, instrumentación, etc. y caracterizarse de alguna forma de
modo que se desmarque de los otros grupos. En este sentido, los elementos
identitarios, instrumentales y técnicos de lo gallego puede ser un gran
aliciente para las agrupaciones que rodean a la colectividad gallega y que
hacen música celta. Estos elementos se usan frecuentemente como fórmulas que
dejan entrever esos recursos dentro de un contexto más o menos reconocible como
celta.[60]
La consideración de estos grupos dentro de
las colectividades ha ido variando con el paso de los años hasta estandarizarse
y normalizarse. Se puede decir que hubo una secularización de la galleguidad, un cambio de paradigma en el que los músicos
vinculados a esta terminaron por convertirse en auténticos creadores y
difusores de la cultura gallega en un contexto urbano y un mercado global, así
estas profesiones de
artesanos y artistas de folclore y cultura popular, cumplen una doble función
en el mantenimiento de estas, manteniendo el quehacer tradicional y sirviendo
como reclamo turístico (objeto de consumo masivo). Se reubica el folclor, el
saber académico y la cultura industrializada bajo condiciones relativamente
semejantes.[61]
Dentro de la música celta hay una vertiente
muy estereotipada en la que se acude a un vestuario concreto, aunque no es
extraño ponerse una faja o que existan unas normas de vestuario conjuntas: “En
las performance se usaban los trajes regionales y tradicionales dentro de la
colectividad, para interpretar música tradicional, sobre todo cuando se incluía
el baile”.[62]
También se asoció mucho lo celta con lo hippie, con una estética rural,
pero un rural genérico, algo que inconscientemente se asocie con el campo, con
la montaña, que no tenía por qué ser representativo de ningún lugar concreto,
sino de una idea común de lo campestre. La presentación y representación de lo
gallego a través de los códigos y estereotipos es un punto en el que difieren
unos grupos a otros, marcados por estéticas dispares:
Se hace uso
de ropa que ‘evoque’ a lo rural, elementos que se asocian como fajas, chalecos,
sombreros o boinas. No se buscan elementos típicos de la vestimenta tradicional
gallega. Se basa más en los clichés rurales asociados al campo, la campesinidad, etc. Se le da un toque ritual a la interpretación
y se busca generar un clima vinculado a la aldea, la tradición, etc.[63]
La interpretación de la música celta gallega
es muy ambigua y los elementos para representar la galleguidad
muy heterogéneos. La puesta en escena y presentación de Sete Netos es
completamente diferente a la que hace Achaiva da
Ponte, pero esto tiene mucho más que ver con las perspectivas e
interpretaciones personales que con una idea de la galleguidad
estandarizada. Poco a poco, al sucederse las diferentes generaciones y estar más
lejos de los músicos que comenzaron a hacer música gallega en Buenos Aires, los
límites y definiciones de la música tradicional gallega son más difusos e
interpretables. Por su parte, Santiago Cabria habla de una representación
objetual, a partir de los instrumentos:
La propia puesta en escena con los instrumentos es suficiente para definir el carácter del grupo y su presentación. Esta cuestión se puede ver no solo en las actuaciones, sino también en la estética de los discos, en los carteles, etc. que se centran mucho en los objetos, se usan como imagen de la música celta. Esto hace que los grupos de la colectividad gallega los usaran también, pero no había una preocupación especial porque estos fueran de Galicia, sino más bien por el imaginario común y reconocimiento de lo celta.[64]
La representación identitaria se convierte
así en una actividad en continuo cambio y desarrollo en el que la sucesión
generacional jugó un papel especialmente relevante. La perspectiva romántica de
la “morriña” y apego a la tierra de origen era más común en las primeras
generaciones de emigrantes, que “tenían una necesidad más directa de reproducir
los sonidos de sus raíces. Muchos de estos músicos habían nacido en Galicia,
así que su perspectiva de la música gallega y su influencia era muy diferente a
la que pueden tener los hijos y nietos de gallegos que nacen y crecen en la
Argentina”.[65]
En las generaciones más jóvenes, por tanto,
desapareció la necesidad de representar una identidad. No tocaban para sentirse
gallegos, sino por una cuestión estética, que tiene que ver mayoritariamente
con lo musical, aunque el reconocimiento identitario sí se mantiene presente,
pero de un modo más pasivo. Esta identidad se entiende como una construcción
nunca terminada, al asentar sus bases sobre una realidad cambiante y
heterogénea, “la identificación se construye sobre la base del reconocimiento
de algún origen común o unas características compartidas con otra persona o
grupo o con un ideal”.[66]
Por último, un aspecto que ha sido destacado
por todos los informantes es el carácter instrumental del género, pues a pesar
de que en la música tradicional gallega hay un peso importante de los cantos,
estos no se asocian con el celtismo, como sí sucede con la música tradicional
escocesa o irlandesa. Sea como sea, la concepción del género, quizás por la
influencia que ejerció el New Age y la música “ambient”
en la definición de su sonido, en “la música celta es generalmente instrumental
-el lenguaje ‘silencioso’, como se podría calificar-, lo cual resultaba muy
oportuno en la búsqueda de rasgos universales europeos puesto que inducía a una
percepción músico-filológica unitaria”.[67]
Si bien podemos encontrar muchas manifestaciones de música vocal dentro de la
colectividad gallega de Argentina, esta es minoritaria. Sin embargo, se han
hecho conjuntos y adaptaciones de repertorio gallego por parte de grupos como
“De Lunas y Leyendas, que introducía textos de Rosalía de Castro o Lorca.
También el grupo Axóuxeres, formado en el centro
Tuy-Salceda a finales de los años 80, o el grupo de La Plata llamado Caminantes
de Finisterra que solía invitar a cantareiras”.[68]
Además, pueden encontrarse incisiones puntuales en los grupos de música celta,
pero de forma muy esporádicas.
Curiosamente, tanto dentro como fuera de la
colectividad se está asumiendo una transición estética debido a las nuevas
manifestaciones que provienen de Galicia a favor de un cambio de paradigma
musical que permita renovar la música gallega en Argentina. El desgaste del
celtismo como herramienta estilística está dando paso al reconocimiento y
asimilación de los proyectos de músicos y grupos como Tanxugueiras,
Xavier Díaz, Xisco Feijoo o Susana Seivane, entre otros, pues en palabras de Daniel Pazos “lo
que hace esta gente es muy diferente a lo que se hizo dentro de la música
celta, ya sea en la Argentina o en Galicia. Además se pueden ver intentos de
fusión muy interesantes combinando la música tradicional con música
electrónica, jazz y otros géneros aportando un nuevo enfoque”.[69]
Cabe, en este caso, señalar uno de los proyectos surgidos en los últimos años
del propio Daniel Pazos con el guitarrista Gastón Rodriguez,
en el que se trabaja desde una interpretación de la gaita tradicional gallega
sobre arreglos jazzisticos en temas como “Vento Mareiro”, inspirado en la figura del escritor Ramón
Cabanillas y Xavier Vila-Cola, “Xota Vella Vedra”, así como la bossa-nova “Sao Paulo, vos y yo”.
Conclusión
Como creación colectiva, la música no deja de
diversificarse y los elementos simbólicos e identitarios que la envuelven se
vuelven heterogéneos por los espacios que abre, irreductibles a figuras
singulares o rasgos unitarios que sirvan para la identificación unívoca. La
música tradicional gallega hace tiempo que ha dejado de ser la única
representativa de la galleguidad, pues la vida
cultural se ha pluralizado. El sentido estético de lo local para un mundo
globalizado ha transformado las relaciones entre “música, territorio y memoria,
que han dejado de ser evidentes y frecuentemente se inscriben de manera abierta
en los procesos de creatividad y transmisión musical y en los discursos que la
gente genera en torno a su propia música”.[70]
El caso de la música
gallega en Buenos Aires es ejemplar como fenómeno de circulación y
transformación intercultural de una música local en la redefinición de la
sociabilidad de los cuerpos y los afectos, así como de la intensificación y
fragmentación de los gustos, estereotipos y sonidos asociados a un determinado
grupo. “Si bien la identidad musical, entonces, es siempre fantástica e idealiza, no sólo
a nosotros mismos, sino el mundo social que habitamos, también es, en
segundo lugar, siempre real, y se concreta en las actividades musicales”,[71]
haciendo de estas medios prominentes para demarcar nuevas relaciones de
espacio-tiempo. La música celta de la ciudad de Buenos Aires ha servido como
vehículo de la galleguidad fuera de sus propias
fronteras. A través de esta se ha iniciado un movimiento de resignificación
identitaria que se asimila a través de ciertos elementos etniciarios
insertados en un contexto de reordenamieto del
trabajo cultural a nivel global. En este sentido, “la identificación es
legítima en el proceso de formación del sujeto, pero no es igual cuando
hablamos de cultura”,[72]
ya que se corre el peligro de abstraer la idea de identidad a algo que reside
en un objeto o en una expresión artística más que en los agentes que llevan a
cabo y participan de esas expresiones culturales.
Ciertamente creo que el
fenómeno de la música celta en la colectividad de Buenos Aires ha surgido en el
mismo marco temporal que en Galicia, aunque poco a poco se han desarrollado de
forma autónoma a través de las causalidades propias de cada contexto, el
mercado, los participantes y las escenas concretas, y ha resignificado tanto la
propia música como las especificidades identitarias intrínsecas a la misma. La
discusión sobre la pertinencia de la etiqueta de lo celta pierde peso frente a
la realidad musical de las nuevas generaciones de gallegos que encontraron en
esta un medio para redefinir y afirmar su identidad a través del uso de un
imaginario musical y cultural que parte de la tradición y que ha conseguido mantenerse
vivo gracias a la proliferación de grupos y músicos que la han rescatado de los
procesos de ostracismo cultural y el envejecimiento institucional en el que se
había sumido en los años centrales del siglo XX.
Agradecimientos
Para finalizar esta investigación me gustaría
agradecer a la Asociación Universitaria Iberoamericana de Postgrado (AUIP) la oportunidad de realizar esta estancia de
investigación en Buenos Aires que ha resultado provechosa y enriquecedora tanto
personal como académicamente. Así mismo me gustaría agradecer a Juliana
Guerrero y a la UBA la acogida y tutela durante el tiempo que estuve en Buenos
Aires.
Por último, decir que fue un auténtico placer
y una experiencia muy nutritiva e interesante poder hablar tendidamente y
trabajar con Gastón Rodriguez, Santiago Cabria,
Alberto López, Marcelo Ábalos y Daniel Pazos. A cada uno debo agradecerle su
ayuda, tiempo e interés por la investigación y, sobre todo, por el profundo
amor que sienten por la música.
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[7] Inmaculada Real López, “La evocación de la memoria y la identidad”, 142.
[8] Iván Iglesias, “Pasados posibles de la música popular: narrativas históricas del jazz y del rock”. El oído pensante 9 (2021): 254.
[9] Miguel Acosta Lago, “La música tradicional gallega como elemento constructor de identidades: La gaita como símbolo identitario”. (Tesis de Máster en Sociología aplicada: Investigación social y de mercados, Universidad de A Coruña, 2019).
[10] Traducción de los editores. “…
these accumulations of traditional forms are simply signs of a healthy
tradition adopting to novel socioeconomic conditions. It is only when one point
in the continuum is idealized and the term traditional is limited to that form
that the tradition becomes ‘invented’ in Hobsbawm’s sense, ‘to inculcate
certain values and norms of behavior by repetition, which automatically implies
continuity with the past’”. Philip V. Bohlman y Martin Stokes, Celtic
modern: Music at the global fringe (New Jersey: Scarecrow Press, 2003, 153).
[11] Ruy Farías, “Viejos estereotipos y nuevos discursos: la visión de Galicia y de los gallegos en una fracción de la élite galaicoporteña a mediados de la década de 1940”. Madrygal 13 (2010): 52.
[12] Ib., 59
[13] Cirio, Repensando, 6.
[14] Fernán del Val Ripollés, “Rockeros insurgentes, modernos complacientes: juventud, rock y política en España (1975-1995)”. (Tesis doctoral, Universidad complutense de Madrid, 2014, 48).
[15] Ver Cirio, 2007, 2009, 2017.
[16] Cirio, 1999; 2013.
[17] Nonito Pereira Revuelta, Historias, histerias y anécdotas musicales de La Coruña (A Coruña: Arenas Publicaciones, 2003, 146.
[18] Daniel Pazos, entrevista personal: 25 de abril de 2022.
[19] Cirio, Música celta, 4.
[20] Vila, Identidades, 6.
[21] Pereira, Historias, 146.
[22] Norberto Pablo Cirio, “La grabación de música gallega y asociada a ella en Buenos Aires (1907-2015)”. Madrygal, nro. 20 (2017): 44.
[23] Cirio, Música celta, 5.
[24] Vila, Identidades, 8.
[25] Acosta, La música tradicional, 42.
[26] Gerhard Steingress, “La música como producción simbólica de realidades globales. Rastros de la música en el pensamiento sociológico”, en La sociología como una de las bellas artes, ed. por J. A. Roche Cárcel (Barcelona: Anthropos, 2012), 242.
[27] Stuart Hall y Paul Du Gay, Cuestiones de identidad cultural. 2a ed. (Madrid: Amorrortu, 2011, 18).
[28] Santiago Cabria, entrevista personal: 20 de abril de 2022.
[29] Frith en Hall, Cuestiones de identidad, 142.
[30] Acosta, La música tradicional, 32.
[31] Traducción de los editores. “…most Irish traditional musician, and those people connected to the traditional music community, do not recognize Celtic as a musical category, refering to it as noncategory or the Celtic World. The conflation of Irish, Scottish and other styles enacted by the phrase “Celtic music” contradicts the local, regional, and national associations embodied in the music and its performance”. Bohlman, Celtic Modern, 145.
[32] Santiago Cabria, entrevista personal.
[33] Marcelo Ábalos, entrevista personal: 11 de abril de 2022.
[34] Traducción de los editores. “…produce such music together with peculiar
subcultures as the result of the appearance
of a new type of universally-oriented musician whose artistic attitudes lead
him to an intentional transgression of the stablished border-lines of
traditional popular music (as the pattern of collective identification) and the
individualistic, ‘deterritorialized’ reconfiguration of its ethnic symbolisms
as the effect of transcultural (global) communication”. Gerhard Steingress, “What
is hybrid music?”, en Songs of the Minotaur: Hybridity and Popular
Music in the Era of Globalization,
(Berlín: Lit Verlag, 2003), 319.
[35] Norberto Pablo Cirio, “Perspectivas xeracionais na construcción da identidade musical na colectividade galega na Arxentina”. Estudios migratorios, nro.15-16 (2003).
[36] Alberto López, entrevista personal: 08 de abril de 2022.
[37] Cirio, Música celta, 3.
[38]
Traducción de los editores. “…traditional
music defines not a single community, but multiple communities with overlapping
senses of identity. What these communities share are the commonly held form of
songs, dance tunes, and instrumental slow airs” Bohlman, Celtic Modern,
146.
[39] Santiago Cabria, entrevista personal.
[40] Josep Martí, “Transculturación, globalización y música de hoy”. Trans 8 (2004): 10.
[41] Santiago Cabria, entrevista personal
[42] Ib.
[43] Cirio, Música celta, 9.
[44] Juliana Guerrero, “El género musical en la música popular: Algunos problemas para su caracterización”, Trans: Revista transcultural de música 16 (2012): 12.
[45] Santiago Cabria, entrevista personal.
[46] James Fernández McClintock, “Celtismo y Prototipismo (Acercamientos antropológicos)”, Moenia. Revista lucense de lingüística e literatura, vol. 6 (2000): 452.
[47] Cirio, Repensando, 3.
[48] Cirio, Música Celta, 10.
[49] Marcelo Ábalos, entrevista personal.
[50] Xosé Manuel Núñez Seixas, “Algunas notas sobre la imagen social de los inmigrantes gallegos en la Argentina (1860-1940)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos nro. 42 (1999): 82.
[51] Cirio, Repensando, 5.
[52] Xosé Barreiro, “Hacia la configuración de una conciencia propia: de los problemas de Galicia a Galicia como problema. Galicia y Japón: del sol naciente al sol poniente”. IX Econtros internacionais de filosofía no Camiño de Santiago. 2008: 2.
[53] Eric Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición (Barcelona: Crítica, 2012).
[54] Acosta, La música tradicional, 46.
[55] Daniel Pazos, entrevista personal.
[56] Frith en Hall, Cuestiones de identidad, 198.
[57] Javier Campos Calvo-Sotelo, “Venecia 1991: El mito celta en la construcción de la identidad europea”. En Actas del XII Congreso Español de Sociología, Grandes transformaciones sociales, nuevos desafíos para la sociología, 2016, 2018, 9.
[58] Alberto López, entrevista personal.
[59]
Traducción de los editores. Genre
works by projecting temporally, into the unruly, ongoing cauldron of
alternative socio-cultural formations, potential moves and reconfigurations of
those formations coded materially as aesthetic moves and transformations that
are proffered as analogous to the social”. Georgina Born, “Music and the materialization of
identities”. ,Journal of material culture 16,
nro. 4 (2016):
383.
[60] Santiago Cabria, entrevista personal.
[61] Néstor García Canclini, Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad, (México: Grijalbo, 2009, 18.
[62] Marcelo Ábalos, entrevista personal.
[63] Ib.
[64] Santiago Cabria, entrevista personal.
[65] Ib.
[66] Hall, Cuestiones, 15.
[67] Campos, Venecia 1991, 17
[68] Marcelo Ábalos, entrevista personal.
[69] Daniel Pazos, entrevista personal.
[70] Ana María Ochoa, Músicas locales en tiempos de globalización (Buenos Aires: Norma, 2003, 15).
[71] Frith en Hall, Cuestiones, 210.
[72] Jullien, Françoise. La identidad cultural no existe. Barcelona: Taurus, 2017, 72.